Aunque a muchos hoy les pueda parecer mentira, hubo un tiempo, no muy lejano, en el que los niños jugaban en las calles de Madrid. La calzada se convertía, a menudo, en campo de juegos. La imaginación era la tónica de esos años en los que, sin apenas juguetes, se establecían verdaderas relaciones de amistad.
Había un dicho que decía «los niños con los niños y las niñas con las niñas» y era entendido literalmente porque, en aquellos años, había juegos de niños y juegos de niñas. Aunque también los había en los que ambos sexos compartían tiempo de juegos.
Las chapas, las canicas o el peón era cosa de chicos, mientras que la comba, el corro o las comiditas era propio de las chicas. Por su parte, el escondite, el rescate, el pañuelo o las cuatro esquinas eran juegos en los que niños y niñas podían «estar juntos pero no revueltos», como decía otro aforismo.
La mayoría de estos juegos no precisaban más que ingenio y energía. Para otros, como el tirachinas o las chapas, había que conseguir ciertos recursos. En el primer caso, era necesaria una rama de árbol con forma de horquilla, una goma y un trozo de cuero. En el segundo, era suficiente pedir en los bares las chapas de las bebidas. Después era recomendable lijarlas contra el suelo, corrían más.
Las chicas usaban una cuerda o soga para jugar a la comba en grupo o en solitario. Lo que cambiaban eran las canciones, que iban desde la clásica «Al pasar la barca me dijo el barquero…» hasta «el cocherito leré». Una variante más moderna de la comba fue la goma elástica que se practica, como mínimo, con tres niñas.
Más información en «Madrid y nuestros juegos de antaño», de J. Alberto Lorenzo Fernández.
Yo sí lo hacía así.