Gracias a numerosos archivos y registros podemos no sólo situar a muchos de los habitantes que convivieron con Miguel de Cervantes, sino también a los comercios y lugares donde se desarrollaba buena parte de la vida cotidiana. En este sentido, Madrid seguía guardando mucha de la estructura medieval de las ciudades gremiales.

Las calles madrileñas así lo delatan: curtidores, hilanderas, coloreros… y otros tantos oficios pueblan nuestro callejero demostrando asó dónde se encontraban las principales actividades comerciales de la ciudad.

Por poner un ejemplo sencillo vinculado a Cervantes podríamos hablar del pan, pues uno de los puntos habituales de venta se encontraba frente a la iglesia donde se casó su hija, la Iglesia de San Luis a cuya puerta en una especie de mercadillo se vendía pan cubierto por una red, evitando así los robos de los hambrientos. Esa red del pan, unido al nombre de la iglesia, terminó por designar a toda la zona conocida hoy como Red de San Luis. Pan que también se podía comprar en la Plaza Mayor, de hecho, la actual Casa de la Panadería se llama así por ser allí donde se ubicaban una de las tahonas más famosas de Madrid.

Madrid de Cervantes

A medio camino entre la última casa de Cervantes y estas panaderías se situaba otro mercado, el de la Puerta del Sol, visible en el plano de Texeira, donde dos filas de puestos se diferencian por los productos que vendían, por un lado carnes y por otro verduras y frutas. Carne que también se podía adquirir en la plazuela de Santo Domingo y en la cabecera del Rastro, donde estaba el matadero.

En toda la Ribera de Curtidores era fácil encontrar, como sucede hoy día, productos de cuero, no así prendas de tela o bordados más sofisticados, para eso era necesario ir a las cercanías de la Plaza Mayor entre San Miguel de los Octoes y San Ginés, allí estaban las hilanderas y los bordadores, pudiéndose incluso encontrar en aquel entonces a la familia de Lope de Vega, quienes se dedicaban a este oficio. Sin movernos de la Calle Mayor podríamos gastarnos los maravedís en alguna joya, pues allí también encontrábamos las platerías; otra opción menos dolorosa para los bolsillos eran la infinidad de juguetes, cachivaches y artículos de regalo que se podrían comprar en el Alcázar, en las llamadas covachuelas de palacio, pero por estar más cerca el Monasterio de San Felipe, acudiremos a unas tiendas  situadas  bajo la explanada que había entre la Calle Mayor y este edificio. Allí, por ejemplo, tenía su tienda de mapas y globos terráqueos el cartógrafo Antonio Mancelli.

Para los libros lo mejor era ir a la Plaza del Ángel, allí había no pocas librerías, incluida una que tenía los libros encadenaros para que ningún cliente lograse robarlos, precisamente en esta plaza vendía libros Juan de Villarroel, editor de Los Entremeses de Cervantes.

Extracto de nuestro libro: Cervantes, Madrid y el Quijote.

Cervantes

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