Las tabernas madrileñas se caracterizaron por servir -fundamentalmente- vino, cerveza, vermut y tapas de lo más variadas, desde callos, tortilla y croquetas hasta caracoles. Sin embargo, no sólo se iba a la taberna a beber alcohol sino también a desayunar o merendar.

Hoy nos referimos a esas comidas del día que normalmente solían ser dulces. Lo más corriente era tomar bebidas calientes acompañadas de galletas o bollería. Aunque las viandas más sugerentes eran los churros, las porras y los buñuelos. Y ya en el S. XX se puso de moda la tostada, que no era más que un panecillo tostado con mantequilla.

El desayuno habitual era la infusión de té, el chocolate y el café. El té, pese a su fama aristocrática, era el desayuno de los obreros que lo tomaban solo o con aguardiente. Las tasca Humanes -ya desaparecida- fue la última que conservó los desayunos de té, servido en unas grandes teteras.

El chocolate es una de las bebidas que más gustan a los madrileños. En el S. XIX proliferaban los chocolateros ambulantes por la Puerta del Sol que vendían la bebida caliente durante toda la noche. Probablemente esto se convirtió en una costumbre que se ha llegado hasta hoy, acabar la fiesta desayunando chocolate.

Las meriendas variaban algo más, aunque por lo general estaban compuestas de té, café o chocolate acompañado de torrijas, buñuelos o churros. Pero había quien prefería los vinos dulces como la malvasía y el moscatel. Excepcionalmente, las tabernas que contaban con máquina de café, contaban también con dulces madrileños, como los bartolillos, los barquillos o los pestiños.

Más información en «Tabernas y tapas en Madrid. Guía de tabernas madrileñas con historia», de Carlos Osorio.

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