Nos encontramos en una agradable plaza casi peatonal, con concurridas terrazas donde disfrutar todo el año del descanso de la dura actividad del turista. Por su lateral izquierdo llega la calle Lepanto, y una placa en la esquina nos detalla aquella batalla del 7 de octubre de 1571 en que la flota cristiana, capitaneada por don Juan de Austria, derrotó al poderoso imperio otomano.
Pero nosotros nos tenemos que acercar al número 6 de la calle por otro motivo. En la fachada, otra placa nos informa que aquí se alzaba la Casa de las Matemáticas y que en ella vivía nuestro arquitecto más nombrado en estos paseos: Juan Gómez de Mora, que bien se merece este pequeño homenaje.
La plaza se llama de Ramales por una batalla de la primera guerra civil carlista que tuvo como escenario ese pueblo santanderino, pero era mucho más afortunado el anterior nombre: plaza de San Juan. Aquí se encontraba la iglesia de ese nombre, una de las diez relacionadas en el Fuero de 1202, hasta que fue demolida como tantas otras por Jose I.
Lo malo es que en ella se había enterrado, con toda pompa y boato, a Diego de Velázquez el 6 de agosto de 1660. Pero nadie se preocupó de preservar sus restos a la hora de demoler la iglesia. Cabe alguna posibilidad de que hubiesen sido trasladados con anterioridad al convento de San Placido, ya que se ha encontrado un escrito por el que Juan de Fuensalida pagaba por ese traslado. Pero parece que nunca se investigó el tema en profundidad. De modo que cuando en 1999 se construyó un aparcamiento en la plaza, Velázquez no apareció y hoy solo un monolito nos recuerda que “aunque aquí se enterró a don Diego, su fama no fue enterrada con él”.
Y de la iglesia de San Juan nos quedan unas placas en el pavimento y unos bancos de piedra que se colocaron reproduciendo su traza original. También se conservan unos restos de sus cimientos cubiertos por cristales en el pavimento. Pero un cierto abandono en su conservación nos va a dificultar su contemplación…
Pero nos compensa de las anteriores decepciones la belleza de los edificios de variada época y arquitectura que nos rodean. Como el sobrio palacio de Domingo Traspalacios de 1768. Y sobre todo la casa de Ricardo Agustín, un bello edificio de 1920, que con sus relieves, medallones y molduras, sus balcones y el torreón coronado por una bella galería, marca y define toda esta plaza. Y, aunque con un cierto grado de deterioro, todavía se puede apreciar la decoración que hizo de sus fachadas el pintor Agustín Espí Carbonell.
Tenemos que a acercarnos a la esquina de esta casa con la calle Vergara, porque allí, en su fachada, se encuentra una “Virgen rinconera”, “La Dolorosa”, la última en Madrid de estas imágenes tan veneradas y tradicionales en muchas ciudades católicas.
Después de salir de esta agradable plaza, que parece guardar algo de la tranquilidad que tuvo cuando aquí se situaba el huerto del convento de Santa Ana como nos recuerda una placa en la corta calle que tomamos hasta a la siguiente plaza, la de Santiago.
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