La nobleza y la monarquía se han caracterizado por intentar diferenciarse del pueblo llano a lo largo de la historia. Mientras la mayoría de la gente vivía en condiciones humildes, nobles y reyes se prodigaban en decorar con exuberancia sus fastuosas moradas, como se puede comprobar en las que han llegado tal cual hasta nuestros días, como el Palacio Real, el Museo Cerralbo —hoy museo—, el palacio de Linares —ahora, Casa de América— o el palacio de Liria, que tiene previsto inaugurar pronto sus visitas guiadas.  

Esa distinción no se quedaba sólo en las grandes estancias, sino que alcanzaba el más mínimo detalle. Y no hay mejor manera de entenderlo que contemplar el retrete de Fernando VII (1784 -1833). Se trata de un enorme mueble de madera de caoba con armadura de pino y consta de tres partes montadas sobre una tarima. En el centro se ubica el sillón acolchado en el que el monarca situaría sus reales posaderas. El mueble, que otorga al cuarto de baño un estilo lujoso y sorprendente, fue realizado en 1830 por el ebanista Ángel Maeso González y pertenece al Museo del Prado, pero está en depósito en la sala 39 del Museo del Romanticismo (calle San Mateo, número 13).

Ya que estamos en este coqueto y poco visitado museo, aprovechemos para aprender más sobre los usos y costumbres de la nobleza española del xix en un inmueble que además fue construido como palacete por el arquitecto Manuel Martínez Rodríguez en 1779 a petición de los condes de la Puebla del Maestre. Así, descubriremos el cuarto de la familia con su estrado y su lujosa cama de estilo clásico; los deliciosos muebles y espejos de la sala de literatura y teatro; el comedor, con sus exquisitas piezas de cerámica; y su deslumbrante salón de baile —asientos de terciopelo, lámparas de lujo— presidido por un piano y un arpa que sin duda hicieron las delicias de sus nobles habitantes. Además, las estancias están adornadas por cuadros de Goya (San Gregorio Magno), Federico de Madrazo (Isabel II) y de otros grandes pintores de la época.

El Gabinete de Larra, por su parte, rinde homenaje al periodista Mariano José de Larra, acaso el mejor ejemplo de literato romántico que además llevó el mito hasta las últimas consecuencias y se suicidó con tan sólo veintisiete años. Antes de abandonar el museo hay que descansar unos minutos en el relajante patio del recinto, denominado el Jardín del Magnolio, donde podremos disfrutar de la tranquilidad más absoluta a un paso de la ajetreada calle Fuencarral. Y, recargadas las pilas, podemos salir de nuevo a la calle con la sensación de haber vivido unos minutos como la nobleza romántica.

Texto incluido en el libro ‘Madrid, preguntas y respuestas’

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