Madrid era una ciudad de alrededor de un millón de habitantes a la altura de 1936, aunque esta cifra se veía incrementada por la cantidad de evacuados de las zonas limítrofes que abandonaban sus hogares ante el avance de las tropas de Franco y llegaban al Madrid leal a la República.
Por este motivo, la capital tendrá muchas dificultades para abastecer de comida y otros víveres de primera necesidad a sus ciudadanos. El asedio, la falta de vías de comunicación (sólo permanecerá abierto el acceso por la carretera de Valencia), el mercado negro y la especulación fueron algunos factores que motivaron dicha situación.
Los primeros síntomas de escasez se empiezan a notar apenas un mes después de comenzar la guerra y como consecuencia de ello se origina el estraperlo. A principios de 1937 comienzan a funcionar las cartillas de racionamiento cuya intención era repatir de forma equitativa y regular los alimentos.
Un fenómeno muy característico de la guerra en Madrid serán las colas. Ante la dificultad de abastecimiento -incluso con las cartillas- los distintos miembros de una misma familia acudían a distintos puntos de la ciudad para lograr comida. Otros se disfrazaban para repetir en la misma cola.
Había colas desde el alba hasta el anochecer, en la calle Goya esquina Alcántara había una fábrica de galletas que vendía un kilo de galletas rotas por persona y para ello se formaba la cola desde las cuatro de la mañana, aunque abrían a las nueve. La gente acudía con taburetes para soportar las largas esperas.
Un informe de la Junta de Defensa de Madrid de febrero de 1937 señala que los alimentos que entran en la capital son 518 toneladas al día mientras que son necesarias 2000 toneladas como mínimo. Por esta razón se inicia la campaña de «Ayuda a Madrid». Las ayudas llegaron de España y también del extranjero.
Muy eficaz fue la ayuda prestada por Suiza a los niños de España. Establecieron distintos centros donde se daban comidas y cenas diarias a niños y mujeres embarazadas. Uno de ellos estaba en la calle Toledo, otro en Serrano 136 y otro en la Gran Vía, en los sótanos del Palacio de la Música.
Algunos niños de entonces recuerdan con nostalgia cómo eran esos desayunos compuestos de una taza de cacao, una barrita de pan y una cucharada de aceite de hígado de bacalao: «Era un puré dulce, riquísimo, una taza de cacao».
Más información en «El hambre en el Madrid de la Guerra Civil (1936-1939)» de Carmen Gutiérrez Rueda y Laura Gutiérrez Rueda.