De todos los cafés legendarios de la Belle Epoque de Madrid hay uno que no queríamos dejar pasar, el Café Fornos, situado diagonalmente enfrente del Café Suizo, en la intersección de Alcalá y Peligros. Se abrió el 21 de julio de 1870 y se convirtió en el equivalente madrileño de Maxim en París o el Rector en Nueva York. Fue un exponente de elegancia y brillantez, en lo social y en lo gastronómico, en lo político y lo artístico. Allí se daban cita gente con dinero, aristocracia y hombres de negocio, pero también estafadores y personas de dudosa reputación.

Su propietario fue Manuel Antonio Fornos quien no escatimó esfuerzos en decorar el nuevo local. Tapices, alfombras y pinturas al estilo Belle Epoque y divanes para sus distinguidos clientes eran algunas de las exquisitices de aquel café.

En la planta de arriba había un comedor con una entrada propia por la calle Virgen de los Peligros. En la entreplanta había un gran número de pequeñas habitaciones privadas que estaban reservadas para las tertulias, discretos almuerzos políticos y lecturas de versos y teatros. Pero es justo decir que aquí también se celebraban fiestas y secretas citas amorosas. De ahí le viene la fama pecaminosa al Fornos. Por estos cuartos se llegaban a pagar hasta cuatro o cinco veces más que por los comedores comunes.

Café de Fornos, en calle Alcalá esquina Peligros, 1908.

Sólo cinco años después de que el café abriera sus puertas murió su fundador. Los hijos de éste, Manuel, Carlos y José retomaron el negocio e hicieron una gran reforma. Sus paredes fueron decoradas con pinturas de artistas contemporáneos, se añadieron bronces, caobas y más habitaciones privadas. El techo del salón principal fue decorado con un fresco de ángeles volando entre nubes.

El café Fornos fue un lugar de encuentro después del teatro. Fue popular por el café, el restaurante y por las bebidas refrescantes que servía. El principio del fin de aquel café llegó en 1904, cuando Manuel Fornos, uno de los hijos del fundador se suicidó en una de las salas de la entreplanta.

Sus hermanos intentaron mantener el negocio pero solo lo consiguieron por cuatro años más. Menos de un año después, en 1909, nuevas manos abrieron el Gran Café, aunque todo el mundo siguió refiriéndose a él como el Fornos.

Más información en «Historia y anécdotas de las fondas madrileñas» de Peter Besas.  

 

 

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