Las personas que durante la fuera eran de corta edad hablan en general de recuerdos oídos a sus padres y familiares. Los que más información directa han aportado son personas que en el momento del conflicto tenían entra 14 y 20 años. Los mayores, que actualmente pasan de ochenta años, han recordado, a veces con esfuerzo pero con viveza, los sufrimientos, las dificultades y la picaresca que usaron para comer cada día algún bocado.
Todos vivían en familia, en general, formada por cuatro o cinco personas, aunque muchos dicen que en estos años su hogar se vio desbordado por otros familiares y amigos que se refugiaron en su casa huyendo de las zonas más castigadas por la guerra. Alguno nos cuenta como en su casa llegaron a convivir hasta 24 personas repartidas en 4 habitaciones.
Estos datos son de interés para conocer el esfuerzo que en estos hogares había que hacerse para alimentar cada día a tantas personas, teniendo en cuenta el gran número de niños que había entonces. Todos los que pasaron la guerra en Madrid cuando hablan de su experiencia repiten la palabra “hambre”. A Gloria Fuertes le preguntaron cómo describiría la suya y dijo: “Hambre, hambre. Madrid empezó a sufrir hambre al mes de empezar la guerra. Una vez estuvimos tres días con un huevo frito, untándolo y guardándolo… Yo no tenía miedo a morir, lo que temía era el horrible dolor de estómago que da el hambre”.
Y recordaba todavía el gusto con que se comió los huevos preparados en el pueblo de Madrilejos donde fue a ver a su hermana: “Recuerdo que mi hermana me puso huevos fritos para comer y yo por poco me muero, primero de hacer y luego de dolor de estómago ‘dos huevos fritos con aceite y untando pan! El día más feliz de mi vida. Y luego me puse mala».
Era tanta la necesidad de la mayoría de las personas que procuraban no ver lo que otros comían cuando ellos no lo lograban. Algunos encuestados decían:
“Mi madre nos mandaba cerrar los balcones para no ver los jamones y otras viandas que subían a una vecina que era muy amiga de “enchufaos” en los comités o sindicatos”.
“Yo desayunaba un tazón de agua caliente y me iba al colegio que estaba en la calle de Cartagena con López de Hoyos. Era un chalet con jardín pero en el recreo, otra niña y yo casi siempre nos quedábamos en clase para nover al as demás tomarse su bocadillo. Ellasl o tenía porque sus padres o germanos iban a los pueblos de alrededor de Madrid, subiéndose en camiones o trenes en marcha, pero mi padre tuvo la “polio” y no se valía bien”
Casi todos dicen que la conversación básica en casa era sobre qué comerían mañana y cómo lo conseguirían:
“Todo el día se soñaba con la comida. Mi madre perdió 30 kilos y mi abuelo murió de desnutrición”
“Mi hermana y yo con las amigas jugábamos a recordar cómo era un buen cocido, cómo tomar unos huevos, etc”
Texto incluido en nuestro libro “El hambre en el Madrid de la Guerra Civil”