Para nuestro país es un lujo que el Museo del Prado muestra una colección tan espectacular como la del Gran Delfín de Francia, Luis de Borbón, hijo de rey, padre de rey y, sin embargo, nunca fue rey. Se trata de un conjunto de orfebrería fina de los siglos XVI y XVII, heredada por su hijo Felipe V, formada por alhajas, copas, bandejas, vasos, saleros, jarros y otras piezas decorativas de mesa, fabricadas con cristal de roca, oro, plata y piedras preciosas (perlas, diamantes, rubíes, zafiros, esmeraldas) y semipreciosas (jaspes, ágatas, calcedonias, ónices, amatistas, granates). La colección se completa con objetos de porcelana y piedras duras de la fábrica del Retiro. Era tanta su calidad que Carlos III decidió donarlo al Real Gabinete de Historia Natural para su estudio. Pasó al Museo del Prado en 1839 ¿Alguna pieza en especial? Entre tanta belleza sobresale un salero (Siglo XVI) de ónice con sirena de oro, ciento setenta y siete rubíes y dos diamantes.
Como suele decirse en estos casos, su valor es incalculable y siempre ha sido objeto de deseo de los amigos de lo ajeno. Y prueba de ello es que la entrada a las salas del tesoro se realiza por una puerta blindada y las ventanas exteriores están tabicadas con muros de piedra. En septiembre de 1918 fueron robadas varias piezas cuando la colección se ecotnraba expuesta en la galería central. A los pocos días fueron detenidos los cuatro culpables, todos empleados del museo más un platero. Uno de ellos tuvo la ocurrencia de empeñar uno de los objetos robados en el Monte de Piedad. La actual cámara acorazada donde se expone el tesoro abrió en 1989 y una parte del mismo también se puede ver en el Museo de Artes Decorativas. Despierta la curiosidad del viajero los estuches de cuero y terciopelo realizados para proteger las piezas e identificarlos sin necesidad de abrirlos.
Texto incluido en nuestro libro La Trastienda de Madrid