Algunas esculturas que coronan los edificios madrileños son del S. XVII. Sin embargo y pese a que lleven ahí arriba cientos de años para muchos son desconocidas, ya que no todos elevamos la mirada hacia las alturas cuando paseamos por las calles de la capital. A partir de ahora recalaremos en ellas.
Fue en el S. XVII cuando un ángel de mármol aterrizó en la cúpula de lo que hoy es el Ministerio de Asuntos Exteriores. El Palacio de Santa Cruz fue durante el Madrid barroco, una cárcel de nobles. Bajo los pies del ángel cumplían sus penas los ricos. Hasta bien entrado el S. XX se generalizan este tipo de esculturas aunque sólo contamos con una del siglo actual.
Una de las estatuas aéreas más conocidas es el Ave Fénix, que está en siete edificios pertenecientes a la empresa aseguradora La Unión y el Fénix. A veces aparece sola y otras la cabalga un adolescente. Algunos consideran que se trata de Mercurio y para los madrileños de los años cuarenta es el «Ángel de Fénix».
También es conocido el gigante de Victorio Macho en la Gran Vía, 60. La prensa de la posguerra lo bautizó como «El Romano», pero también ha sido llamado «El Coloso» o «El Atlante». Por su parte, una de las madrileñas más retratadas es la «Victoria Alada» del edificio Metrópolis.
Los vigilantes del cielo son pocos pero todos tienen su leyenda. Coronan una treintena de edificios de Madrid, pesan toneladas y muchas de ellas son de escultores famosos como Agustín Querol, Higinio Basterra, Federico Coullaut, Luis Sanguino o Juan Luis Vasallo, aunque otras ni siquiera están acreditadas.
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La afirmación de que «el Palacio de Santa Cruz fue durante el Madrid barroco, una cárcel de nobles» es un auténtico desatino. El edificio fue creado como Cárcel de Corte en el primer tercio del siglo XVII como cárcel reservada a la jurisdicción ordinaria de la Sala de alcaldes de Casa y Corte, organismo dependiente del Consejo de Castilla que tenía como una de sus funciones, entre otras muchas, el control del orden público. El mismo edificio era a la vez el lugar de reunión de la Sala de Alcaldes, y la propia cárcel; aquellas personas a quienes se les destinaba a la cárcel podían ser nobles y villanos. La única excepción eran los eclesiásticos, a quienes se les destinaba la denominada Cárcel de la Corona. Se puede consultar el voluminoso Colección de memorias del Gobierno General y político del Consejo, escrito por Antonio Martínez Salazar en 1764, que documenta y describe los respectivos procedimientos. En suma, que la artículista de El País se deja llevar por la imaginación de eso de «Cárcel para nobles».
Es increíble la cantidad de descubrimientos que se hacen cuando paseas «mirando hacia arriba». Acabas con el cuello un poco jorobado, pero los detalles merecen la pena. Yo diría que la treintena de esculturas, se queda bastante corta.
…Y apoyo rotundamente la aseveración de Francisco José.
Salud.