El origen de la celebración de la Cruz de Mayo se remonta a unas fiestas de la época romana en las que se escogía a una joven, a la que se engalanaba con joyas y flores y se la entronaba con motivo de la primavera. Esta tradición continuó con la cristiandad, añadiéndole al trono romano una cruz hecha de ramas y flores.
Cada 3 de mayo se elegía a la «maya», una muchacha que debía ser la más guapa y tener menos de veinte años. Se la exhibía en su trono y a su alrededor chicas le cantaban esta coplilla: «Para la maya, para la maya, para la maya que es linda y galana». Los viandantes dejaban algunas monedas al ver a la joven, con el que las chicas montaban después una suculenta merienda.
Esta festividad tuvo mucho apogeo en el S. XVII y fue decayendo con el S. XIX, aunque algunos barrios, como Lavapiés la celebró durante más tiempo. En los años cuarenta y cincuenta del S. XX se retoma esta tradición aunque de manera aislada. Cada distrito preparaba una cruz y se dirigían hacía la Plaza del Dos de Mayo desde donde salían en procesión hasta la Plaza de la Villa, donde se hacía una ofrenda floral en presencia del alcalde.
Después, el desfile continuaba por la calle Bailén hasta la Plaza de España y seguían hasta el Palacio de la Diputación Provincial, en la calle Miguel Ángel, donde eran recibidas por el presidente de la Diputación. La mejor cruz recibía un premio en metálico.
En 1988 se recuperó esta tradición en el barrio de Lavapiés donde se impulsó desde varias asociaciones de vecinos. En los alrededores de la iglesia de San Lorenzo las calles se engalanan y se respira el ambiente festivo. Se exhibe a la «maya» en un altar adornado con flores y ramas, mientras rondallas de dulzaineros, ofrendas florales, bailes y cantes amenizan la jornada.
Más información en Malasaña, de Carlos Osorio y Fiestas tradicionales madrileñas, de Reyes G. Valcárcel y Ana Mª Écija.
Hasta los 8 años viví en l calle Montekeón próxima a la plaza del Dos de Mayo y siempre recuerdo las carrozas de cruces hechas de flores que rodeaban dicha plaza y salían en procesión hacia la calle Fuencarral, donde se guardaban en una nave grande.
Y a los niños del barrio nos daban un bocadillo en una rinconada de la plaza, lo que hacía que nos congregáramos en una larga fila.
Recuerdos entrañables.