Durante los siglos XVIII y XIX, Madrid sufre las epidemias más dramáticas de su historia acabando con la vida de miles de sus ciudadanos. Sin embargo, la historia que contamos hoy podría hacer pensar a los más incrédulos que los milagros divinos existen o quizás otra causa fruto del azar sea la razón de la desparición de las mismas.
En 1854 una epidemia de cólera obligó a que la reina cediera los claustros del Monasterio de San Jerónimo para que se atendiera a los enfermos de esta enfermedad. El Hospital General se había quedado pequeño, así que los coléricos habían sido trasladados al improvisado sanatorio de manera clandestina, para evitar la alarma social.
Con los primeros fríos del incipiente invierno el cólera desaparece y se cierran los claustros. Pero al año siguiente, en la primavera de 1855 el cólera se instala con mayor virulencia. Con los meses estivales se convierte en epidemia. Al llegar el otoño, en septiembre, la enfermedad empieza a remitir de manera espectacular. Parece que todo ha terminado.
Sin embargo, un mes después, rebrota la epidemia llegando a las cotas más altas del bienio. Cada día mueren alrededor de cincuenta personas en Madrid y cerca de seiscientas resultan afectadas. Las cifras son tan altas que la población está permanentemente preocupada porque ya son ocho meses de epidemia.
El catastrofismo se extiende hasta el punto de que el diario «La Época» publica el 11 de octubre: «Hace días, uno de los que en más defundiones ha habido en esta Corte a consecuencia del cólera, que no hubo ningún nacimiento. Esto ha llamado la atención de los comadrones y muy especialmente de los agoreros, porque parecía síntoma inevitable del fin del mundo».
En las parroquias se reza constantemente para que cese lo que algunos denominan -en los mentideros- como castigo divino. Debió de ser mucho el fervor de los fieles porque la primera semana de noviembre -y sin causa científica que lo avale- el cólera desapareció misteriosamente de la Villa.
El 15 de noviembre se canta un solemne Te Deum a la Virgen de la Almudena como muestra de agradecimiento por su acción divina. El pueblo de Madrid estuvo convencido de que la erradicación de la epidemia fue un milagro. Y así ha pasado a la historia del Madrid fantástico.
Más información en «El Madrid fantástico. Milagros- supersticiones- prodigios» de Ángel del Río.