Para construir el primitivo «embarcadero» de la estación de Atocha se eligió esta zona de las afueras de Madrid, sin embargo bastante próxima a la Puerta del Sol. Desde aquí la reina Isabel II y su corte podían acercarse con comodidad en tren a su palacio de Aranjuez, en lo que se consideraban viajes de placer de la monarca; pero en seguida el marqués de Salamanca entrevió la forma de sacar más partido a esta inversión, si se alargaba la línea ferroviaria hasta el mar en Alicante. A este efecto, el aristócrata consiguió subvenciones económicas de dinero del Estado con las que pretendía llevar a cabo la empresa, pero la quiebra de la hacienda pública en 1852 determinó que se pidiera al marqués la devolución de las mismas, lo cual llevó a la ruina —temporal— y al exilio al personaje. Esta circunstancia fue aprovechada por los banqueros Rothschild, sus rivales en el campo de las finanzas, para comprar, además de la línea del marqués, la concesión de la línea Madrid-Zaragoza, con lo que se constituye la Compañía Madrid-Zaragoza-Alicante (M-Z-A), nombre que aparecerá en muchos lugares de la nueva estación.


De esta forma, en 1862 se encarga al francésun nuevo conjunto ferroviario, el cual se localiza en lo que ahora es el inicio de la avenida Ciudad de Barcelona, y que posteriormente será trasladado piedra a piedra a su situación actual, más avanzada la calle. Pero el incendio del primitivo embarcadero, así como el nuevo papel que va tomando la estación de Atocha como punto de tránsito más concurrido de España, al haberse incorporado otras líneas como la de Ciudad Real-Badajoz, pensada en principio para la estación de Delicias, hacen que los Rothschild busquen al mejor arquitecto del momento para encargarle un nuevo proyecto, esta vez en la zona baja de la plaza de Atocha, que queda así repartida en diferentes niveles. La persona escogida será Alberto del Palacio, un joven arquitecto-ingeniero bilbaíno de madre francesa, formado en el país galo, que ya había trabajado con Velázquez Bosco en los novedosos proyectos de la arquitectura del hierro que se estaban levantando en la capital en estos últimos años del siglo XIX.

Alberto del Palacio inicia en 1889 —el mismo año de la construcción de la Torre Eiffel para la Exposición Universal de París— el levantamiento de la estructura de la nueva estación de Atocha. Pero el artista no conseguirá que la ejecución del proyecto sea encargado a su ciudad natal, pese al auge de la actividad industrial vizcaína, demostrada con la inauguración en las mismas fechas de los Astilleros del Nervión; tras el concurso correspondiente, será la Société Anonyme de Construction et des Ateliers de Willebroeck, de capital belga, la que aportará los elementos de hierro, que irán llegando por ferrocarril para ser unidos y ensamblados por técnicos e ingenieros europeos. Las obras se acabaron en 1892 y constituyeron un espectáculo para los madrileños que asistieron a la construcción de la estación como a un capítulo importante del progreso de la ciudad.
Cien años después, en 1992, el arquitecto Rafael Moneo, autor de un nuevo proyecto para Atocha, transformará la antigua estructura en un invernadero de plantas y árboles, reforma que presta desde entonces un agradable entorno a la sala de espera de la nueva estación del Tren de Alta Velocidad y proporciona un lugar de paseo a muchos habitantes del barrio. En una segunda intervención, en 2010, se construiría un nuevo complejo ferroviario, del que destaca sobre todo el intercambiador, concebido como «linterna», con estructura de sala hipóstila. Por fin, en la tercera intervención del arquitecto sobre el recinto, iniciada en 2018, se quiere conseguir un nuevo acceso para la estación, mediante un nuevo vestíbulo. También se remodelará el recorrido final de los trenes AVE, de forma que se unan mediante un túnel las estaciones de Atocha y Chamartín. El objetivo final de las obras proyectadas será conseguir aumentar la capacidad de viajeros de la histórica estación y conseguir ser un referente en las comunicaciones ferroviarias nacionales.


A partir de la remodelación de 2010, en los exteriores de la ampliación de Atocha se han colocado dos esculturas del artista Antonio López, representando una gran cabeza de su nieta, que se llaman Día y Noche y que desde entonces forman parte importante del recinto.

Texto incluido en el libro ‘Madrid para madrileños’

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