Al pie de la estatua de Don Pelayo estaba la parada para coger el cochecito de las campanillas, tirado por un borriquito. Había varios carritos y los niños tenían sus preferencias a la hora de subir a ellos; unos porque sus campanillas tocaban más fuerte, otros porque los látigos de badana eran mejores… Costaba una peseta, algo más si se montaban en elborriquillo, atándoles las piernas para que no se cayeran. Se les obsesiaba con un barquillo al subir y daba la vuelta a la plaza. Del techo colgaban las campanillas metálicas con una cadenita. Los niños, de unos tres o cuatro años, no dejaban de tocarla durante todo el recorrido. Los más privilegiados daban alguna vuelta a lomos del paciente borriquillo. Varias generaciones disfrutaron de este inocente entretenimiento que tuvo un especial prcedente en el siglo xix, en el que se podía ver en el Paseo del Prado un cochecito tirado por dos cabras al que se le denominaba “tren infantil”.
Imagen incluida en nuestro estuche de Imágenes Antiguas de Madrid.