La numerosa bibliografía que existe sobre la obra de Cervantes nos permite analizar cuál fue el proceso desde que el escritor concibió su obra hasta que llegó a las librerías. Y en ese proceso, además del escritor alcalaíno, hay que mencionar dos nombres: el librero Francisco de Robles y el impresor Juan de la Cuesta. Como ya hemos comentado, Francisco de Robles era hijo del también librero Blas de Robles y Miguel de Cervantes tuvo bastante relación con los dos. De hecho a Blas le vendió el privilegio de su novela La Galatea, que se publicó en 1585. Francisco Vindel, en una conferencia que realizó en 1934, afirma asimismo que, alguien con una vida tan azarosa como Cervantes y de quien no hay referencias de que tuviera una biblioteca propia, debió aprovechar su amistad con el librero para poder acceder a todo tipo de lecturas. Además, relata un viaje que el escritor hizo con el hijo, Francisco, a Sevilla, en 1586, por lo que parece claro que había una estrecha relación entre el autor del Quijote y la familia de los Robles. Vindel llega a afirmar que Francisco podría ser ese amigo “gracioso y bien entendido” con quien dialoga el narrador en el prólogo del Quijote precisamente sobre sus dificultades para redactar esas palabras preliminares.
Una vez escrita su novela, Miguel de Cervantes solicitó el privilegio para el reino de Castilla de la obra, que había titulado provisionalmente El ingenioso hidalgo de la Mancha. Dicho privilegio le fue concedido por el rey en Valladolid el 26 de septiembre de 1604. Para realizar ese trámite, previamente el libro tuvo que haber recibido la aprobación de la censura previa, pero no existe documentación de esa parte del proceso ni se incluyó referencia alguna en las páginas iniciales de la obra, tal vez porque la licencia correspondiente se extravió en la imprenta. A continuación, el escritor vendió ese privilegio a Francisco de Robles a cambio de algunos ejemplares y una cantidad que, en función de lo que había recibido por otras obras, se calcula que rondaría los mil quinientos reales (el privilegio de La Galatea lo había vendido por algo más de mil trescientos y, posteriormente, el de las Novelas Ejemplares lo cedería años más tarde por mil seiscientos). Si el precio de venta de la primera parte del Quijote se tasó en doscientos noventa maravedíes, poco más de ocho reales, podemos afirmar, dado el éxito de la obra, que no resultó un pago excesivo.
Era entonces el momento de buscar una imprenta y Robles acudió al taller de Juan de la Cuesta de la calle Atocha (que como se ha dicho era el que antiguamente había fundado Pedro Madrigal). Por lo que se tiene constancia no era un taller que se distinguiera por realizar trabajos de gran calidad, pero sí era uno de los más conocidos de Madrid y disponía de seis prensas y de unos veinte empleados. En pocos días comenzó la impresión, que se produjo con cierta celeridad ya que en unos dos meses estaba preparado el cuerpo del libro a falta de las páginas iniciales.
El resultado de la impresión fue un volumen en cuarto (cada pliego se doblaba en cuatro partes, por lo que daba lugar a ocho páginas) con ochenta y tres pliegos y seiscientas sesenta y cuatro páginas. Terminado el cuerpo del libro, Francisco de Robles entregó, junto con el original aprobado, una copia impresa al Consejo para su cotejo. Una vez realizado este trámite y establecida la tasa, ya se podían imprimir las páginas preliminares del libro. La tirada de esta primera edición fue de unos mil quinientos o mil setecientos ejemplares y se terminó su impresión en las últimas semanas de 1604, aunque, como era costumbre cuando el año estaba a punto de acabar, se le puso la fecha del año siguiente.
Extracto de ‘Madrid y los libros’. Si quieres disfrutar de la obra completa, la encuentras aquí.