Karl Coppel Dessauer había nacido en el año 1859 en territorio de los que pocos años después formaría, bajo hegemonía prusiana, el Imperio Alemán reunificado. Cursó en su país natal estudios de ingeniería pero no por mucho tiempo pues con tan solo 20 años de edad ya se encuentra en España, aunque tal y como veremos, mantuvo estrechos vínculos con su tierra natal. En Madrid castellanizó su nombre según era habitual en la época, pasando a ser conocido como Carlos.
En 1887 se establece como relojero en la antigua Platería que Baldomero López tenía en el 25 de la calle de Fuencarral para establecer en ella la Relojería Carlos Coppel. El establecimiento fue muy pronto conocido a causa de la insistencia con la que su propietario lo publicitaba en los principales diario de la época. Su publicidad ilustrada en medios como Mundo Gráfico o La Esfera estuvo a la altura de grandes empresas de su tiempo como Perfumerías Gal o Renault.
La firma apostó por la tecnología del volante regulador frente al tradicional péndulo, que permitía funcionar el reloj mediante un mecanismo de cuerda que no requería de contrapesos. Vendía relojes de viaje, bolsillo, pared y despertadores en gamas que iban desde lujosos aparatos personalizados y de marcas prestigiosas hasta sencillos relojes genéricos, que formaban la gama económica del negocio. En el segmento del gran formato fabricaban e instalaban relojes de torre, entre ellos el que dotó al edificio sede de Prensa Española en el paseo de la Castellana.
Carlos registró nada menos que diez marcas entre 1902 y 1909. Una de ellas, Oroxyl fue su contribución al eterno deseo de aparentar de la gente que quiere lujo sin poder pagarlo: se trataba de un reloj dorado que aparentaba ser de oro aunque de tal metal tenía solo su apariencia externa y los Carabinero y Guardia Civil se vendían a plazos a miembros de los respectivos cuerpos. También tuvo Coppel una vena inventiva aunque marcada con el característico sentido práctico de la mentalidad germánica: en 1898 registró la patente de un “mosquetón para prevenir el robo de los relojes de bolsillo” aunque no hubo lugar a que librase su particular combate contra la pillería pues nunca llegó a poner en práctica la idea.
Carlos Coppel ejerció como destacado miembro de la comunidad alemana en Madrid, al menos en materia de deporte. Fue representante en España de la Unión Velocipédica Alemana y socio del Club Alpino Español. Nuestro protagonista debía ser sin duda, una persona en buena forma acaso porque algunas de sus actividades menos públicas lo hiciesen necesario. En cualquier caso la familia Coppel mantuvo una estrecha vinculación con el deporte madrileño y uno de sus hijos, Luis Coppel Gelach fue directivo del Real Madrid CF.
En 1915 Carlos Coppel padre e hijo se desplazan hasta Melilla ¿Querían abrir una relojería tal vez? Pero padre e hijo son en realidad espías y agentes al servicio del II Reich Alemán durante la I Guerra Mundial. Europa se desangra desde hace un año y el Imperio Alemán sostiene un combate en dos frentes con Francia como escenario por el oeste y Rusia por el este. Sobre la potencia industrial de Alemania recae el peso del conflicto. Año más tarde, Carlos padre regresa a Madrid y en Melilla queda su hijo. Por leal que fuese al Kaiser y al Reich parece que Coppel no destacó por su sutileza. Según cuenta Francisco Saro Gandarillas el relojero se dedicó al contrabando de armas montando una trama de corrupción que involucraba a los agentes aduaneros españoles.
En Madrid la empresa mantenía sus actividades. En 1924 el negocio familiar se convierte en sociedad anónima bajo presidencia del fundador, relojero, escritor y espía Carlos Coppel. Este hombre de negocios fallece en 1928. La sociedad le sobrevivió largos años bajo el control de sus hijos y nietos. Se suceden las aperturas de sucursales por el centro de Madrid y en 1948 reforman las relojerías de la Calle Fuencarral y de la Calle Mayor. La empresa evolucionó de fabricante a mero comercializador y casi llegó a ver un nuevo siglo. En noviembre de 1997 se puso el punto y final a su trayectoria al entrar la sociedad en proceso de disolución.
Texto incluido en nuestro libro Comercios Históricos de Madrid