Durante la Guerra Civil, Madrid es una ciudad convulsa pero los madrileños siguen yendo al teatro a disfrutar de las distintas obras de carácter frívolo que ofrecen los escenarios del Maravillas, Eslava, Fontalba, Fuencarral o Martín, entre otros.
Lo que se representa durante la contienda bélica se carga de connotaciones ideológicas y sirve, en la mayoría de los casos, como propaganda ideológica y parodia brutal y simplista de las posiciones contrarias.
Serán obras de poca consistencia artística debido, en gran medida, a haber sido escritas apresuradamente y a la peculiar situación de los autores, el público y el circuito teatral en general. Aunque todo esto contribuye a aumentar su importancia como documento, le resta valor literario.
En las carteleras madrileñas no dejan de estrenarse títulos arrevistados como «María Magdalena» (1937), «Me gustan todas» (1937), «Las ametralladoras» (1937), «No me atropelles» (1938), «La flauta de Bartolo» (1938) o «Las hay frívolas» (1938).
Las compañías teatrales «se socializan», se reestrenan o reponen títulos de años anteriores como «Las Leandras», «La Pipa de Oro» o «Las de Villadiego» y forman cooperativas equiparando el salario de sus trabajadores, algo que provoca las iras de las grandes estrellas del momento.
Compañías como las de Laura Pinillos, Concha Rey, Isabelita Nájera, Rafael Arcos, las de la CNT y las de la UGT reponen títulos o montan nuevos espectáculos limitados por los continuos bombardeos a la capital.
Más información en Madrid frívolo de Juan José Montijano Ruiz.