Antiquísima taberna ubicada en la Calle Mesón de Paredes 13 y poseedora de un extraordinario encanto. Los primeros datos encontrados por A. Pasíes la sitúan en 1838. A lo largo del tiempo la frecuentaron toreros como el picador Matías Uceda ‘Colita’ o el diestro Cara Ancha. En 1884 la compró Antonio Sánchez Ruiz, un entrador de vinos, natural de Valdepeñas.
En la propia taberna nació su hijo Antonio, quien de niño jugaba al toro en la vecina Plaza de Tirso de Molina. La afición del joven le llevó a tomar la alternativa en 1922, de la mano de Ignacio Sánchez Mejías. La cabeza del toro de su alternativa, llamado Fogonero, se halla disecada junto a la puerta de la entrada.
El torero Antonio Sánchez fue un valiente y terminó como un queso Grueyere, con nada menos que veinte cornadas. La última, en 1929, le dejó postrado durante 26 meses. Como el convaleciente no podía estarse quieto, comenzó a pintar. De ahí su amistad con el pintor Zuloaga, quien por cierto, realizó en esta tasca su última exposición.
Dicen que Antonio Sánchez no llevaba nunca dinero encima. El tabernero, torero y pintor era tan popular que en todas las partes le invitaban. Nunca se casó. Desde que murieron sus padres decidió vestir siempre de negro.
La gran personalidad de Antonio atrajo a sus tertulias a gente como Pío Baroja, Sorolla, Julio Camba, Vázquez Díaz y Cossío. Además del gremio taurino, también los flamencos paraban por aquí. Cuando se echaba el cierre, Tinito, cantaor y limpiabotas, se arrancaba por soleares.
Al entrar en la taberna hallamos una antesala fascinante decorada con retratos de toreros: Bocanegra, Cara Ancha, Antonio Sánchez Ruiz (el padre) y, enfrente, Lagartijo y Lagartijillo. Además, hay dos enormes cabezas de toro. Los toros Fogonero y Aldeano parecen ausentes, pero cuando (cosa rara) alguien habla de la lidia con propiedad giran levemente la cabeza y parecen asentir.
Hay bancos corridos y taburetes, una mesita tabernaria de nogal y varias mesas de mármol. El reloj, con ciento catorce años de existencia, todavía funciona, aunque tradicionalmente solía estar parado para que a nadie le entren las prisas. La caja registradora tiene ciento treinta años. La sala interior, alargadas, muestra fotos y recuerdos de Antonio Sánchez y sus clientes. Al fondo el comedor en lo que antes era la vivienda de lo taberneros.
Una leyenda vinculada a este lugar dice que aquí tomó sus últimos chatos un torerillo de cierta fama que proclamaba a los cuatro vientos una supuesta faena amorosa nada menos que con la reina Isabel II. A la mañana siguiente, el indiscreto matador apareció muerto. Final siniestro para un diestro.
Extracto del libro ‘Tabernas y tapas en Madrid‘ de Carlos Osorio que acaba de estrenar su quinta edición.