Cuenta la leyenda que, en el Siglo XVII, para poder ampliar las antiguas dependencias del convento de Santo Tomás, hubo que desalojar a un vagabundo que estuvo afincado en esos terrenos. A juzgar por la mala reacción que tuvo el hombre, se puede decir que aquello no le hizo ninguna gracia. Viéndose expulsado, comenzó a dar voces, lanzando a los cuatro aires sus deseos de venganza. Por lo que dijo, su intención era dar un escarmiento a todos aquellos que osaban deshacerse de él. Y, como si de un maleficio se tratase, transmitió que lograría su objetivo ya fuese estando vivo, o muerto.
Claustro del desaparcido Convento de Santo Tomás, en 1875
El caso es que, a partir de ese momento, comienzan a sucederse una serie de acontecimientos extraños y desagradables. Así, un cuatro de agosto de 1652, la iglesia sufrió un enorme incendio que la dejó completamente devastada. Las crónicas de las épocas narran que, en su interior, quedó atrapado un feligrés. A pesar de los gritos de auxilio, no se le pudo rescatar con vida.
Un siglo más tarde, la cúpula de la iglesia se derrumbó, causando la muerte a 80 fieles que, en ese momento, oían misa. La cosa no acabó ahí, ya que un día del siglo XIX aparecieron, en el interior del templo, los cuerpos sin vida de varios religiosos. Quienes los encontraron no tuvieron dudas, habían sido asesinados. Aunque nunca se conoció el motivo de aquellos crímenes, sí se supo que tuvieron lugar en un momento en que se difundía por Madrid el rumor de que estos hombres habían sido los culpables de envenenar el agua de varias fuentes.
Las desgracias continuaron sucediendo y así, un 13 de abril de 1873 el altar mayor es destruido por otro gran incendio. Tan grande fue el fuego que don Ramón de Mesonero Romanos, nuestro gran cronista madrileño, lo comparó con la explosión de un volcán. Aparte de ello, cuando a finales del Siglo XIX se llevaron a cabo las obras de demolición del templo, se produjo un derrumbamiento que acabó con la vida de cuatro obreros.
Por si tanta desgracia no fuese suficiente ara apesadumbrar a la población, algunos madrileños aseguraron que, después de cada suceso, se podían escuchar carcajadas que no se sabía de donde procedían. El caso fue que, hasta que los carros encargados de trasladar los escombros no se llevaron los restos del edificio, los sucesos extraños no dejaron de acontecerse. Como podréis imaginar, en los mentideros madrileños se empezó a hablar de que le responsable de todo aquello no era sino el espíritu vengativo del vagabundo.
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