Los dueños y empleados de carruajes de alquiler debían estar dados de alta en el registro correspondiente del Ayuntamiento. En 1849 se estableció que los coches debían llevar el número de licencia pintado en la testera y en los faroles y las tarifas debían estar dentro de los coches en un cartel rubricado y sellado por el Ayuntamiento. El Reglamento de 1860 que regulaba el arreglo y matrícula de los cocheros de plaza ordenaba que los conductores debían reunir“las circunstancias de honradez y moralidad sin tacha, aptitud e inteligencia para la dirección y manejo de los carruajes y caballos, contar por lo menos seis meses en este servicio y tener 18 años de edad.”
El artículo 9º dejaba claro que “los dueños de carruajes no admitirán a su servicio a ningún cochero conductor que, ya en su libreta ya en el registro, aparezca con algunas notas de infidelidad, mal recaudador, embriaguez acostumbrada, ineptitud para el manejo y dirección del carruaje y caballerías…”
Los cocheros debían estar correctamente uniformados para desempeñar el servicio con una gorra de plato, cazadora o americana y pantalón gris de paño, corbata y calzado alto. En verano las prendas podían sustituirse por un uniforme de tela de rayadillo y sombrero de paja, y en invierno los conductores podían abrigarse con un carrick o gabán (Reglamento del 10 de marzo de 1884).
La salida de los teatros era un buen negocio para los taxis de punto. De ahí surgió la expresión ‘mucha mierda’. En esta época se prohibió a los carruajes que estacionaran en otros puntos distintos a los señalados en sus respectivas licencias y para hacer cumplir la ordenanza se estableció un sistema de colores: los coches de la Puerta del Sol llevarían el número encarnado; los de la calle de Carretas, amarillo; los de la calle de Alcalá, verde; los de las plazuelas del Ángel, Progreso y Descalzas, negro; y los demás blanco.
Texto incluido en nuestro libro ‘Historia del taxi de Madrid‘