Hoy nos referimos a las fondas que existían en el Madrid del S. XIX. Nos dan buena cuenta de ellas los viajeros que se cruzaban España anotando en su cuaderno de viajes todas las peripecias y otras desventuras que vivían.
Los relatos de estas andanzas dejan en muy mal lugar a la España de ese momento en comparación con sus vecinos países europeos. Nuestro país llevaba siglos sumido en la decadencia, pero esa situación aportaba -quizás- una nota pintoresca a las historias.
Lo cierto es que los viajantes extranjeros estaban acostumbrados a otro tipo de alojamientos de mayor confort. Eran sociedades donde imperaba el nacionalismo y el colonialismo y los progresos materiales se tenían muy en cuenta.
El primer hotel considerado internacional de Madrid se llamará Fonda de París, precisamente en homenaje a la elegante capital gala. Se inauguró en 1864 y perteneció a intereses franceses. Pero incluso este hotel de renombre tendrá unas cualidades muy modestas comparadas con los europeos.
Lo que contamos a continuación es la versión de un viajero al alojarse en la Fontana de Oro, en teoría, una de las mejores de la capital: «las paredes estaban desnudas, el yeso se había caído a trozos y el suelo estaba cubierto de baldosines de color ladrillo, muchos rotos, otros incluso desaparecidos, los muebles consistían en una destartalada carriola, una mesa de madera en mal estado y un par de sillas de mimbre… y la única fuente de calor era un mísero brasero».
La Fontana de Oro estaba situada en la esquina de la carrera de San Jerónimo y la calle Victoria, fue conocida en un principio como Posada de los Caballeros y en ese momento ppodría haber tenido la calidad de botillería. En 1760 Edward Clarke (capellán del embajador británico) la define como «la única fonda tolerable en la ciudad».
Asimismo, una guía de viajes de cierto prestigio editada en Londres en 1820 escribía que «si ciertamente Madrid no es el mejor lugar de Europa para un buen café de calidad, sí es en la Fontana de Oro donde lo hacen tan bien como en cualquier otra parte del mundo».
Benito Pérez Galdós ambientará su novela histórica «La Fontana de Oro» en esta fonda, el político Alcalá Galiano dio cuatro discursos allí y en 1820 será el lugar escogido por los revolucionarios para reunirse allí.
En realidad, por aquel entonces, tal y como cuentan los viajeros, existían pocas fondas en Madrid y todas de una calidad muy mejorable. Casi todas son descritas como sucias, poco cuidadas y atendidas, con la excepción de La Cruz de Malta, la Fontana de Oro y la Fonda de San Sebastián.
Más información en «Historias y anécdotas de las fondas madrileñas» de Peter Besas.
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