Durante siglos, los carros de los maragatos entraron en Madrid cruzando el puente de Segovia y ascendiendo por la empinada calle del mismo nombre. Allí, en la parte central de la calle, estuvieron las posadas en las que se alojaban estos arrieros.
Dos fondas fueron las más conocidas, la Antigua de Maragatos, en el 47 de la calle Segovia, y la Nueva de Maragatos, en el número 27. Esta última era el lugar donde se descargaba el pescado hasta que se creó el mercado de los Mostenses, en 1875. En cuanto a la antigua fonda de los Maragatos, pervivió hasta la construcción del nuevo viaducto, en los años treinta del Siglo XX.
En un principio, los maragatos no establecieron tiendas, sino que vendían en puestos callejeros. El pescado fresco se vendía en cajas rectangulares forradas con helechos y recubiertas por trozos de hielo y el pescado en salazón se vendía en cajas circulares de madera. A veces se utilizaban trozos de limón para retrasas la pudrición de los peces.
La llegada del pescado a la estación del Norte hizo que se eligiera el mercado más próximo, que era el de los Mostenses, como principal punto de venta de pescado a partir de 1875. Otro reducto importante de la venta de productos del mar fue la calle León. Resulta curioso que unos pescaderos naturales d la provincia de León se establecieran en una calle que lleva este nombre. Quizá no sabían que la calle hace referencia a un león de carne y hueso y no a la provincia del mismo nombre. El caso es que a fines del XIX hay varias pescaderías en esta calle regentadas por maragatos. La más conocida, La Astorgana, fundada en 1890, todavía conserva sus letreros, aunque a finales del sigo XX se cerró esta sede y la empresa se trasladó a un polígono industrial.
En La Astorgana empezó a trabajar un niño del pueblo de Combaros, Evaristo García, nieto del arriero maragato que fundó este establecimiento con nueve años salía a repartir cestas de pescado por los hoteles, restaurantes y pisos particulares. En su libro de memorias cuenta anécdotas como que en tiempos, no le dejaban subir en ascensores porque decían que se impregnaban con el olor a pescado, y por lo tanto le tocaba subir con la mercancía por las escaleras. Todo un reto cuando tocaba subir al restaurante del piso 24 del Edificio España. En otra ocasión, el jefe de almacén del Hotel Palace pesó en una báscula la caja de pescado que traía Evaristo: 58 kilos; luego pesó al chaval que la había cargado: eran 53 kilos. Aquel niño maragato es hoy el anciano propietario de las Pescaderías Coruñesas, uno de comercios de pescado más importantes de Europa , abierto en el año 1911.
Todavía hoy, en el Siglo XXI, es frecuente encontrar pescaderos que provienen de los antiguos arrieros maragatos, una tradición que se mantiene viva desde la antigua Edad Media hasta nuestros días.
Texto incluido en nuestro libro ‘El Madrid Olvidado’ de Carlos Osorio.