Lope de Vega comía con unos amigos cuando se sintió fatigado en exceso. Era el 6 de agosto de 1635. Tenía el escritor 72 años y un corazón que “no le cabía en el cuerpo”. A pesar de sentirse al borde de la muerte, continuaba con sus quehaceres diarios. Se levantaba muy temprano, a las cinco de la mañana, para cumplir con sus deberes sacerdotales; regaba el jardín y escribía; almorzaba apenas un torrezno, aunque ya no podía articular palabra.

Le recomendaron reposo, pero el mostró su ánimo de seguir manteniendo su ritmo de trabajo aunque tuviera la parca a su espalda, acosándole continuamente. Murió sabiendo que no estaba haciendo nada por impedirlo. Sus amigos dijeron que falleció de una enfermedad que se había causado a él mismo, ya que sometía su viejo y deteriorado cuerpo a duras y continuas flagelaciones como forma de penitencia por ser un pecador constante. El duque de Sesma costeó nueve días de honras fúnebres en su honor, en agradecimiento al hombre que durante seis décadas le había divertido y entretenido hasta el infinito.

Texto incluido en nuestro “Madrid para morirse…de risa y asombro”

Muerte de Lope de Vega, Madrid

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