El río Manzanares siempre ha sido objeto de inspiración de artistas y poetas. Las lavanderas y la costumbre de bañarse en sus aguas han sido imágenes ligadas a este «aprendiz de río» que cruza Madrid y que es uno de los símbolos de nuestra ciudad.
Lope de Vega, Quevedo y otros muchos escritores del Siglo de Oro inmortalizaron a los bañistas del Manzanares en sus relatos y resaltaban el contraste de la escasez de caudal que llevaba el río con el puente tan largo que lo atravesaba.
El puente de Segovia será un acceso a Madrid desde la ciudad castellana. Se le atribuye a Juan de Herrera y se le considera el más antiguo de la ciudad ya que empezó a contruirse en 1584 bajo el reinado de Felipe II. Cuenta con nueve ojos con arcos de medio punto almohadillados.
A ambos lados del puente estaban los lavaderos y los baños. La normativa municipal prohibía bañarse a los menores de 12 años, a hombres y mujeres juntos, lavar las caballerías y la entrada de borrachos. Existirá una figura a modo de guardia para el control del orden.
A la altura de 1867 había tres baños grandes, quince de tamaño medio y ciento setenta y tres pequeños, lo que nos permite sacar la conclusión de que el río tenía una gran actividad. Y es que desde el S. XVI hasta el XIX las lavanderas constituirán una numerosa clase social.
Los baños en el Manzanares serán comunes hasta casi el S. XX. En realidad son pequeñas charcas llenas de arena donde los madrileños se daban un chapuzón y se quitaban los calores estivales. Serán los predecesores de las piscinas y de la Playa de Madrid.
Más información en «Pasajes históricos de Madrid» de Ángel J. Olivares Prieto.