Iban con su barquilla al hombro perfumando con canela por los paseos de Madrid. Recorrían los domingos el Salón del Prado desde la Fuente de Cibeles (donde se citaban los soldados con las sirvientas) hasta la Plaza de Atocha, a la sombra de la fuente de la Alcachofa.

Otros enfilaban la cuesta que va al Cerrillo de San Blas para después introducirse en el Retiro. Allí daban vueltas al estanque y se acercaban a los chicos y a las mozas para que la ruleta de reluciente cobre les diera suerte con los barquillos y participaran en la liturgia del crujiente sonido de ese aromático dulce.

Eran los barquilleros unos personajes que solían estar en cualquier rincón de aquel viejo Madrid. Iban tocados con gorrilla, blusón azul oscuro o rallado y alpargatas. En las verbenas solían vestir como chulapos y atraían a un gran número de público adulto que se jugaban las pesetas por un barquillo.

Los barquillos se hacían en los obradores de dulces, también en las panaderías y en alguna buñolería. Consistía en una hoja delgada de pasta de harina a la que no se le echaba levadura. Llevaba azúcar o miel y se aromatizaba con canela. Se ponían en moldes calientes en forma de barcos, pero con el tiempo, se hicieron en forma de canutos.

El barquillero voceaba el producto y se acercaba a los corrillos de chavales, a los jóvenes enamorados y los encelaba con distintos juegos. Con el clavo podían hacerse un número indefinido de tiradas. Cuando la ballestilla se detenía en los puntos marcados por un clavo, la mala suerte se hacía presente y se perdían los barquillos conseguidos hasta el momento.

Dicen que los organilleros eran originariamente de Embajadores, vecinos de las cigarreras y «manolos» de postín. Así lo dicen ellos mismos en la zarzuela de «Agua, azucarillos y aguardiente». Fueron protagonistas indiscutibles de las zarzuelas de mayor renombre.

No han desaparecido del todo los barquilleros. Todavía suele vérseles por el Retiro, alguna verbena o fiestas de los barrios más castizos de Madrid. La Familia Cañas sigue dedicándose a este menester.

Más información en «Viejos oficios de Madrid» de Ángel del Río.

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