En 1850 Madrid se dividía en diez distritos: Palacio, Universidad, Correos, Hospicio, Aduana, Congreso, Hospital, Inclusa, Latina y Audiencia, sobrepasando la población de los 220.000 habitantes. Tras la última reorganización la edad máxima para el ingreso en la cuadrilla de mangueros o también llamada de Policía Urbana se fijaba en 45 años. En esta época estaba compuesta de 24 mangueros y 2 capataces y junto a estos, los peones del servicio de limpiezas y barrenderos eran los únicos que colaboraban en primera instancia en los incendios. Uno de los problemas que afectaba directamente al servicio era que los mangueros aparte de acudir a los incendios también se dedicaban a las obras y derribos de edificios encomendados por el ayuntamiento.
Con esta obligación y con haber puesto desde mucho tiempo atrás el servicio a las inmediatas órdenes de los visitadores general de Policía Urbana, el servicio había quedado sentenciado a vivir estacionado y en la rutina durante muchas décadas. Estos funcionarios, ninguna iniciativa pudieron tomar tratándose de un servicio técnico y especial para el que se requerían conocimientos generales. Se preocupaban más en su principal misión, que era cuanto se refería a la policía y no en la seguridad de personas y edificios en los incendios, es decir, una atención especial, que fuera dirigida por un técnico como pudiera ser un arquitecto.
De las seis casas cuartel o depósitos que debía haber según la última instrucción de 1834, sólo contaban al mediar esta centuria con tres; en la Plaza Mayor, en el Rastro y en la calle de San Opropio, junto a la cárcel del Saladero (en la Plaza de Santa Bárbara).
No había instrucción de bombas, ni mucho menos de gimnasia, no había servicio permanente de guardia, ni servicio en los teatros como ocurría en algunas ciudades de Europa, que era considerado esencial
El material con el que contaba la Villa para hacer frente a los incendios lo constituían: cuatro bombas de émbolo de doble efecto; una bomba de fuelle; dos bombas antiguas de émbolo; una bomba de aspa; una bomba chica; tres bombitas de mano para el interior de las habitaciones; un carro con manga de salvación: un carro para llevas las hachas de viento y otros de material con tiros de cáñamo, palas, azadones, hachas de mano, etc… que fue dispuesto este último carro por el servicio de carnes.
Los uniformes consistían en chaqueta azul con botones dorados, pantalón del mismo color y sombrero blinco. El precio de estos uniformes alcanzaba los 270 reales cada uno y eran abonados por los mismos mangueros. En Madrid, los salarios de un maestro albañil alcanzaba los 17 reales diarios, le de un carpintero de armar, 18, de solador 15, de cerrajero 20 pero el manguero sólo 7 reales. A los siete mangueros y conductor de la bomba que llegaban primero al incendio, se les seguía concediendo un premio a parte del jornal. Este consistía en 240 reales; 80 para el primer manguero, 40 para el conductor de la bomba y 20 para los restantes mangueros.
Estos premios que les abonaba el ayuntamiento venían precedidos por el pago de una multa impuesta al dueño o inquilino que hubiese ocasionado el fuego en casa de haber incumplido las normas establecidas. Cuando no se averiguaban las causas, la multa se hacía efectiva a todos los inquilinos del edificio.
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