En 1934 Francisco Moreno Redondo “Paco” abrió una tienda de ultramarinos en el número 55 de la calle de Toledo. Tenía sólo 20 años pero mucha iniciativa y acababa de establecer un comercio que pronto sería popular. Apenas dos años después incorporó los caramelos a su oferta con tan buenos resultados que los ultramarinos fueron relegados por los dulces y los bombones.
Era una época en la que la inventiva debía suplir la falta de medios. El señor Paco necesitaba darse a conocer y no tuvo mejor idea que tirar de brocha y alquitrán para marcar el nombre de su establecimiento en las rocas que encontraba junto a las carreteras de las afueras. Consiguió que “Caramelos Paco” fuese popular y que al llegar a Madrid los viajeros preguntasen por la tienda o la reconociesen si pasaban junto a ella. Justo es decir que la idea de rotular piedras no era exclusivas de Paco. La improvisada estrategia de marketing resultó tan exitosa que con el tiempo ampliará su tienda al contiguo número 53 de la calle, donde estuvo la sastrería de López Llorente.
No todo iba a ser improvisar. La marca Caramelos Paco fue registrada en 1944 aunque la concesión se demoró hasta el año siguiente. A pesar de la orientación popular del establecimiento, el logotipo seleccionado pretendía aportar un toque de distinción: se trataba de un servicial botones de hotel llevando con toda solemnidad una caja de bombones.
Si la idea de publicitar la marca fue una de las claves del éxito, otra resultó de la forma en qué exponía el producto, acumulado de forma masiva ante los escaparates y expuesto a lo largo y ancho de la tienda. Es bien sabido que la exposición masiva de un producto estimula el afán de compra pero, además, con esta estrategia se definía como un establecimiento popular, abierto a las posibilidades de las incipientes clases medias.
De Francisco Redondo la popular tienda pasó en los años 80 del pasado siglo XX a su hijo Francisco Moreno Vicente. El nuevo propietario aportó nuevas ideas y ambiciones al negocio familiar desarrollando cuatro iniciativas: abrir una fábrica de caramelos en Cuba, fundar un taller de artesanía con azúcar glas, establecer lazos comerciales con el resto de Europa y Japón y finalmente abrir una tienda de disfraces, justo enfrente a la de caramelos, con idéntica decoración.
Con motivos de la cabalgata de Reyes, diez toneladas de caramelos salen de sus almacenes. La tienda ha mantenido con los años la filosofía con la que fue fundada: calidad, cantidad, variedad y estimular el apetito goloso de la clientela mediante la exposición masiva de sus productos. Está hoy en manos de Francisco Moreno Herguido, que representa a la tercera generación de una familia que lleva 82 años endulzando el día a día de las gentes de Madrid y a los numerosos turistas que visitan la ciudad.
Texto incluido en nuestro libro ‘Comercios Históricos de Madrid‘