Madrid siempre ha sido una ciudad generosa en agua pero había que buscarla en la profundidades de la tierra. Este agua llegó a ser considerada milagrosa porque curaba enfermedades y abonaba los campos infértiles.

Donde se sabía que había agua se construía un pozo. Eran muchos los pozos que existían en plazas, haciendas y patios de vecindad. A partir del S. IX aparecerá una figura en la sociedad de entonces, los poceros.

Sin embargo, a pesar de la conveniencia de los pozos por lo que suponía de abastecimiento personal y de los campos, siempre han sido objeto de peligro, por la curiosidad infantil y por la posibilidad de arrojarse a ellos -bien en forma de suicidio o de asesinato-.

La historia que relatamos a continuación se desarrolla en la calle de los Peligros, un nombre que viene muy en consonancia con la historia que contamos. Había en esta calle esquina con la de Alcalá, un convento de monjas bernardas llamadas «Las Vallecas». 

En su iglesia se veneraba la talla de una virgen traída de África y que -según decían- había hecho muchos milagros en la villa -aunque bien es cierto que la mayoría de ellos no han trascendido-.

Uno de ellos fue el de una niña que cayó al pozo que existía en esta calle y fue rescatada ilesa sin apenas rasguños. Parece que la madre invocó la gracia de esa Virgen y la pequeña sobrevivió.

El desenlace podría haber sido trágico. No sólo podía haberse matado de la caída sino que tampoco fue arrastrada por las corrientes que llevaban hacia las alcantarillas. Desde aquel suceso la calle pasó a llamarse de Los Peligros y la Virgen africana también adoptaría dicho nombre.  

Más información en «El Madrid fantástico» de Ángel del Río.

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