Eran las 5 de la tarde del 16 de marzo de 1773 cuando después de viajar todo el día para cubrir los 50 kilómetros que separan El Escorial y Madrid, Richard Twiss acompañado de dos criados, dos mulas de carga, un arriero y un mulero, cruzó la Puerta de Toledo y entró a la capital de España. Con 26 años, Twiss era muy alto, delgado y con un cierto aspecto ‘extraño’. Se dirigió hacia la calle de Alcalá donde se encontraba el mejor alojamiento de la ciudad, la Fonda de La Gran Cruz de Malta. En el libro que más tarde publicó, anotó que la calle de Alcalá era “de gran longitud y tan ancha como para que pudieran caber en ella 20 coches de frente”. Pensó que merecía ser comparada con algunas de las calles más elegantes de Londres o París.
A pesar de no ser el primer viajero en escribir sobre su estancia en Madrid, parece que Twiss fue el primero en cantar los cumplidos de la Cruz de Malta, cuyo propietario entonces era un italiano. Escribió que la fonda se regía de forma tan elegante en sus aposentos y en sus amenidades como cualquier posada en Inglaterra y no paró en prodigar sus alabanzas.
Conforme fue paseando por este pequeña ciudad de unos 200000 habitantes, le impresionaron varias cosas: que los nombres de las calles estaban indicados en las esquinas de los edificios, que las casas estaban todas numeradas, que había tantas farolas como en las calles de Londres, que el adoquinado estaba tan uniforme y pulcro como no podría haber imaginado y que, además, mientras diez años antes Madrid pudiera haber sido comparada por su suciedad con Edimburgo, ahora las calles estaban tan limpias que no recordaba ninguna otra ciudad tan cuidada.
Twiss visitó el Palacio Real que se acababa de finalizar. Alcanzó a ver al rey Carlos IIII un domingo en la iglesia de Atocha y, durante su estancia, que duró 3 semanas, tuvo el privilegio de contemplar un Madrid que en esos momentos pasaba por un periodo de gran empuje y del embellecimiento más dinámico e innovador en toda su historia, dado que la capital se había beneficiado enormemente de la modernización y de las reformas llevabas a cabo por el rey de influencia italiana. Durante el reinado de Carlos III se transformó una ciudad deteriorada y en ruinas, con pocos edificios de renombre, hasta lucir elegantes edificios públicos y relazándola con palacios, puertas, paseos, canales de regadío, puentes, iglesias y fuentes.
Texto extraído del libro ‘Historia y anécdotas de las Fondas Madrileñas’