La taberna de Malacatín, en la calle de la Ruda 5, es una de las más longevas de Madrid. Antonio Pasies la ha datado en 1832. Los primeros datos sobre ella, hallados por este autor nos remontan a dicho año. Los nombres de sus sucesivos taberneros evocan repetidas epopeyas familiares de gentes venidas de provincias para intentar prosperar en la capital.
La historia de Malacatín está ligada a la familia Díaz, sus propietarios desde finales del siglo XIX. Julián Díaz García, natural de Horcajo de Santiago, Cuenta y María Lope López, nacida en Peralveche, Guadalajara, se hicieron cargo de esta taberna a la que llamaron Vinos Díaz, aunque la gente la conocía como “la taberna de las chicas”, ¿Por qué esta denominación? Pues ahora lo sabremos. Comencemos por contar el momento en que Julián y María se conocieron. María se había venido a Madrid a trabajar en casa de unos panaderos que eran de su pueblo. Su casa estaba frente a una taberna en la que trabajaba un mozo llamado Julián. Cada vez que la mocita bajaba a por vino a la taberna, era observada con mucho interés por el mozo Julián. No era para menos, ya que María, a sus quince años, era una monada. Con el tiempo, Julián y María se casaron y se instalaron a vivir en las habitaciones interiores de la taberna, que constaban de un dormitorio, un comedor y una cocina. La pareja tuvo 12 hijos: diez mujeres y dos varones. De los varones, sólo sobrevivió uno. En cuanto tuvieron edad de ayudar, las chicas se pusieron los delantales y al poco tiempo las gentes conocían a esta taberna como “la de las chicas”. La historia de esta familia no es muy diferente de las otras familias numerosas de su época. Las hermanas mayores criaron a las pequeñas y, terminado el ciclo de la vida, las pequeñas amortajaron a las mayores.
El mejor nombre que puede tener un establecimiento es aquel que llama la atención y se recuerda fácilmente. Y la verdad es que Malacatín es un nombre muy musical, que despierta la curiosidad al que lo oye. ¿Qué significa Malacatín? Pues bien, en la primera mitad del siglo XX era costumbre que los ciegos se ganaran la vida tocando un instrumento musical, bien en la calle, bien en las tabernas (aún no existía la ONCE).
Uno de estos guitarristas ambulantes venía a menudo por la taberna de los Díaz y tocaba una guitarra medio rota y desafinada. A dicho ciego le llamaban Malacata, Un día, el tabernero, harto de escuchar el toque desafinado del músico, le dio un consejo: “Mira tú lo que tienes que hacer es tocar algo alegre y sencillo: tin, tin, tin, malacatín, tin, tin…” Y así Malacata pasó a ser Malacatín, y muy pronto los clientes comenzaron a llamar por este nombre a la taberna.
Texto incluido en el libro ‘El Madrid Olvidado‘ de Carlos Osorio.