En el verano de 1641 sería ejecutado en la Plaza Mayor un peligroso espía, acusado de falsificar más de 300 documentos, que con las firmas falsas del rey y del conde-duque, había hecho pasar a los gobiernos de varios países. El objetivo perseguido por el condenado, era cobrar a los embajadores acreditados por Madrid fuertes sumas de dinero por esos documentos falsos. El tribunal le condenó a morir despedazado públicamente por cuatro potros. Pero Felipe IV, que no era partidario de esa crueldad exhibida públicamente, se negó a firmar ese tipo de ejecución y la conmutó por la de pena de muerte en la horca. Eso sí, una vez convertido en cadáver, el desgraciado espía, su cuerpo fue hecho cuatro cuartos. Descuartizamiento, pero “sin dolor”… y el rey durmió a pierna suelta aquella noche.
Más tarde, el 5 de noviembre de 1648 eran degollados en público cadalso el general Carlos Padilla, ex maestre del ejército de Cataluña y Pedro de Silva, marqués de la Vega de la Sagra, acusados de una conspiración para matar al Rey Felipe IV, aunque en otras referencias históricas se apunta a que participaron en una intentona separatista para hacer rey de Aragón al duque de Híjar, que también fue condenador, pero pagó 10.000 ducado para salvar su vida, aunque se pasó en la cárcel el resto de sus días. La operación de la que era ideólogo el marqués de la Vega, pretendía también poner el reino de Aragón bajo la protección de Francia, a cuyo rey serían entregados, el Rosellón, la Cerdeña y Navarra; admitir la separación de Cataluña, a cambio de la anexión de Tortosa y Lérida al reino aragonés y vender Galicia al rey de Portugal. En esa misma jornada también fueron ajusticiados 80 presos que habían sido acusados de practicar judaísmo. Las ejecuciones se prolongaron durante doce horas.
Textos extraídos de nuestro libro ‘Plaza Mayor, cuatrocientos años de historia‘