Juan de Escobedo (Colindres, Cantabria, 1530-Madrid, 1578)
Eran las nueve de la noche del Lunes de Pascua de 1578. Un hombre caminaba, confiado, por las calles de Madrid. Quizá fuese repasando mentalmente los importantes asuntos de Estado que tenía entre manos. El caso es que aquel 31 de marzo nuestro protagonista se topó con quienes iban a quitarle la vida. De repente, en la calle de la Almudena, cinco asesinos a sueldo cayeron sobre su persona, causándole, con sus dagas, heridas mortales.
Madrid, ciudad peligrosa. Madrid en el siglo xvi era una ciudad peligrosa. No era tan raro que se perpetrasen crímenes de estas características en sus oscuras y estrechas calles. No obstante, de inmediato se comprobó que había piezas que no encajaban en este asesinato. Lo primero que causó sorpresa fue observar que los criminales no se llevaron las joyas que el difunto seguía luciendo cuando ya se encontraba tendido en el suelo. Se trataba de una cadena de oro que le rodeaba el cuello y también de anillos engarzados con diamantes que adornaban sus puños. Así que desde el principio el robo quedaba descartado como móvil.
Muy pronto se identificó a la víctima. Se trataba ni más ni menos que de don Juan de Escobedo, secretario y hombre de la máxima confianza de don Juan de Austria, hermano bastardo de Felipe II y por entonces gobernador de Flandes. También trascendieron los nombres de los asesinos: Diego Martínez, Antonio Enríquez, Juan Rubio, Juan de Mesa, Miguel Bosque e Insausti. Este último fue quien le asestó la puñalada mortal.
Con la identificación del cadáver y de los asesinos, el crimen podría haber quedado resuelto de inmediato. Sin embargo, la cosa parecía complicarse aún más. No sólo había muerto asesinado un hombre de peso en los amplios dominios de Felipe II, sino que entre los asesinos se encontraban el mayordomo y el escolta privado del propio secretario del rey, quien no era otro sino nuestro ya conocido Antonio Pérez. Si añadimos que Juan de Escobedo, antes de ser asesinado, parecía ir de camino a su casa tras abandonar el palacio de la princesa de Éboli, aún aportamos más datos que enmarañan la situación.
Un crimen que supuso un gran escándalo. El caso es que la muerte de Escobedo supuso un gran escándalo en Madrid y la corte quedó cubierta de duelo. Todavía hoy hay piezas que parecen no encajar en este turbio asunto. Lo que está claro es que en el crimen de Escobedo algo tuvieron que ver la princesa de Éboli, Antonio Pérez y Felipe II. Hablemos un poco más de todos ellos y de lo que aconteció en las calles de la capital.
Felipe II, que reinó entre 1556 y 1598, tuvo un secretario que gozó de su confianza desde que ambos eran niños. Se trataba del portugués Ruy Gómez de Silva, quien llegaría a ser príncipe de Éboli, conde de Mélito y duque de Pastrana. El título de príncipe se lo concedió Felipe II como recompensa por los servicios prestados. Con este nombramiento, el rey salvaba el obstáculo que constituía el rígido protocolo de la corte y de este modo podía tener a su confidente junto a él en las ocasiones que requiriesen una alta dignidad nobiliaria.
La princesa de Éboli aparece en escena. Un día el monarca decidió que lo mejor para su amigo sería casarse con una dama de la nobleza castellana. La elegida no fue otra que doña Ana de Mendoza y de la Cerda, hija única de don Diego Hurtado de Mendoza y de la Cerda y de doña María Catalina de Silva y Toledo. Ana pertenecía, pues, a la poderosa dinastía de los Mendoza, así que la elección de Felipe II parecía adecuada para don Ruy. Sólo había un inconveniente: la novia era una niña de doce años. Este particular no se consideró insalvable y el enlace se celebró con el acuerdo previo de que el matrimonio no se consumase hasta que Ana se convirtiera en una mujer hecha y derecha. Así se hizo, y la pequeña vivió con sus padres hasta que cumplió dieciséis años. Su esposo tenía entonces cuarenta y uno. En los siguientes quince la pareja traería al mundo a diez hijos.
Texto incluido en el libro ‘Personajes peculiares de la historia de Madrid’