Para llegar a este recoleto lugar, pasamos por un conocido “tablao”, el de Las Carboneras y a nuestra derecha vemos el pasadizo del Panecillo, que trascurre entre el Palacio Episcopal y la Iglesia de San Miguel, y que tiene una pequeña y recoleta plaza interior. Pero que no vamos a poder disfrutar en nuestro paseo, ya que el callejón se encuentra cerrado por sus dos extremos con sendas rejas…

El Pasadizo debe su nombre a que aquí se repartían panecillos a todos los que acudían pidiendo limosna. Hasta que hubo que suprimir la costumbre por los tumultos que se ocasionaban. Y a continuación otra calle con una historia similar, la de La Pasa, llamada así por que aquí lo que se distribuían a los indigentes eran estas sabrosas uvas secas. Hasta que se canceló el reparto por el mismo motivo que el de los panecillos. Pero esta calle es más famosa por el dicho “El que no pasa por la calle de La Pasa, no se casa”, dado que aquí se ubicaba la Vicaría, donde se registraban todos los matrimonios.

Y llegamos a la plaza del Conde de Barajas. Otra plaza antigua y que ya tenía ese nombre en el más famoso plano de la Villa de Madrid, el que realizó Texeira en el año 1656.

Es mayor que la anterior y arbolada, lo que es todo un hito en este barrio de los Austrias. Aquí volvemos a encontrar el Palacio Episcopal que ya vimos en la calle de San Justo. Pero además de este sobrio palacio, la arquitectura del resto de la plaza es armoniosa, aunque variada en épocas, alturas y estilos.

Aquí se celebra los domingos un ameno mercadillo de pintores, y entre semana es un espacio tranquilo y agradable, con pocas tiendas, entre las que destaca un taller artesano de productos de cuero. Pero pronto esta tranquilidad se nos va a acabar ya que vamos a salir de la plaza para incorporarnos de nuevo al Madrid más turístico.

Texto extraído del libro ’50 plazas del viejo Madrid’ de Manuel Bejerano.

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