En la Nochebuena de 1734 el antiguo Alcázar sufrió un pavoroso incendio que lo destruyó casi por completo. La familia real se hallaba en ese momento en el Palacio del Buen Retiro gracias a su predilección por este Real Sitio. Se cree que el fuego se inició por alguna lámpara de aceite que debió prender las pinturas y barnices que el pintor Jean Ranc estaba llevando a cabo para la decoración de los salones.

La carencia de agua en el Alcázar hizo que el fuego se propagara rápidamente. Lo único que se podía hacer era intentar salvar el mayor número de obras de arte del llamado Salón Grande. Las puertas del palacio se cerraron a cal y canto para evitar los saqueos. Las pinturas de dicho salón fueron arrancadas de sus bastidores y lanzadas por las ventanas a la Plaza de las Armas. Las que se hallaban a mayor altura no se pudieron coger debido a la falta de escaleras. Los monjes del cercano convento de San Gil se encargaron de salvar los objetos religiosos de la capilla, incluidas las reliquias que allí se veneraban.

El día 28 el incendio estaba controlado. Lo único que sobrevivió de la estructura del viejo palacio medieval fue partes de la pared sur y de la este gracias a los anchos muros de la fachada y de las Torres del Bastimento y de Barahona. Pero se perdieron un sinfín de piezas de porcelana, orfebrería y muebles así como numerosos cuadros de pintores importantes.

Felipe V a quien no le gustaba el desaparecido Alcázar, acostumbrado a vivir en París y Versalles, ordenó la construcción de un nuevo edifico, el Palacio Real, que fuese el mejor de Europa y digno de la Casa de Borbón. Quiso que se levantara en el mismo lugar que había ocupado el viejo alcázar medieval. Para ello pidió a Filippo Juvara un proyecto. El arquitecto italiano presentó un palacio de tan grandes dimensiones que ocuparía el lugar del Alcázar y se prolongaría hasta la Montaña del Príncipe Pío, lo que implicaba rellenar la cuesta de San Vicente.

El rey rechazó el proyecto, no sólo por sus enormes dimensiones, sino porque su presupuesto era inabordable, y encargó a su discípulo Juan Bautista Sachetti la construcción de un palacio más reducido en el solas del antiguo Alcázar.

El 7 de enero de 1737 comenzaron las obras del derribo de los restos incendiados. El 7 de abril del año siguiente se puso la primera piedra. La condición del rey fue que el palacio se construyera enteramente en piedra, para evitar los incendios. Se evitaron así la madera y los artesonados, cubiertas y armaduras estucadas. Éste es el motivo por el cual todos los techos son abovedados y que los muros de la primera planta miden cuatro metros de espesor, para poder soportar el enorme peso de las bóvedas.

Además, entre cada piso hay un menos de menos altura, las ventanas pequeñas que se observan, para evitar así igualmente que se propagara el fuego en caso de prender cortinajes y elementos decorativos susceptibles de quemarse. Los enormes bloques de piedra berroqueña eran cortados por los canteros en la sierra y transportados a Madrid en grandes carros tirados por bueyes y trabajados a pie de obra por los propios canteros.

Carlos III se trasladó al Palacio Real el 1 de diciembre de 1764 aunque el edificio aún no estaba terminado del todo. Su construcción se prolongó hasta la regencia de la reina María Cristina.

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