Dos grupos de herejes judaizantes descubre Caro Baroja entre los conversos españoles del siglo XVI. Los de tendencia erasmista, los del llamado iluminismo, que ofrecen mayor interés por el propio carácter de sus prácticas y sus profundas inquietudes espirituales y religiosas, que los llevaban hacia una especia de exaltación mística y heterodoxa; herejía en que, según la historia, llegaron a caer algunos clérigos y frailes cristianos. Aunque resume el autor que la mayoría de la citada secta se nutría de conversos judaizantes e intelectuales atraídos por el humanismo erasmista.

En Madrid continuaron en los siglos XVI y XVII los procesos, los autos de fe y los juicios inquisitoriales. En 1650 fue preso por “delitos de judaísmo” Miguel Diaz Jorge, de Madrid, oficial de libros de hombres de negocios, en las casas de Pablo Saravia y Fernando de Fonseca. Sus declaraciones comprometieron a otro madrileño, Gonzalo Báez , que fue encarcelado por la Inquisición de Toledo. El tal Báez era, además de judaizante, aficionado a contar historias, romances y episodios de la vida de don Quijote, que se sabía de memoria. Con sus habilidades amenizaba en lo posible el encierro de sus compañeros de la cárcel toledana. En uno de los dos procesos que le siguieron también se acusaba a Gonzalo Báez  de judaizar en la propia prisión y de “alentar a los que flaqueaban”. Gonzalo pensaba valerse de su propia familia en la que contaba con caballeros de Santiago y Calatrava, además de canónigos y beneficiados. Aunque fue puesto en tormento no confesó mientras invocaba reiteradamente el auxilio de la Virgen María. Fue condenado a ser “gravemente reprendido, advertido y conminado” y a dos años de destierro a ocho leguas de Madrid, Toledo y Ciudad Real.

En abril de 1657, Gonzalo Báez dejó a su mujer en Madrid, en casa del doctor Bravo, que vivía en la calle de Alcalá y salió de España por la frontera pirenaica del País Vasco. Se proponía ir a Roma, pero al informarse en Bayona de que en la capital italiana había peste, se quedó en la propia villa de Bayona, en la casa de una hermana allí domiciliada. La hermana era judía practicante y, ante las dudas sobre el converso madrileño, le obligaba a leer la Biblia de Ferrara en romance castellano y varios libros de rezos de la religión mosaica. A instancias de su hermana, Gonzalo fue solemnemente circuncidado.

Texto incluido en el libro ‘Madrid y sus judíos

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