Fue antes de tener «uso de razón», expresión trasnochada sobre la capacidad de raciocinio que misteriosamente adquirían los niños españoles hacia los siete años, coincidiendo con su primera comunión, al menos hasta la década de los sesenta; repito: antes de poseer esa notable cualidad recuerdo haber quedado impresionado por la imagen remota de unas montañas azules cubiertas de nieve. Mi padre me explicó que aquello era la Sierra. Estábamos en un descampado del madrileño barrio de la Concepción, donde se erigía la iglesia más cercana a casa. En el barrio, aún periférico, abundaban los solares por edificar. Aquel día la Sierra me dio su primer regalo: una visión magnífica, imborrable, que alentó mi curiosidad.

Mucho se ha hablado de que para respetar y proteger un espacio natural o una especie primero hay que conocerlos, que no se puede amar lo que se desconoce. Permítanme discrepar. Yo conocí la Sierra mucho después de amarla y respetarla. Los seres humanos amamos, entre otras cosas, la belleza. Considero que ahí está la clave de quien valora la naturaleza: saber ver su belleza. Lo que me sucedió a mí habrá pasado a muchas otras personas, que un día descubrieron lo bello en un paisaje serrano o en cualquier otra localización. Difícilmente se maltratará lo bello porque la belleza causa placer, es por tanto útil y ya se sabe que lo útil se valora y conserva. Estas ideas también me las proporcionaron las montañas del Guadarrama como se las inspiraron a aquellas eminentes personalidades que compusieron el movimiento guadarramista a finales del siglo XIX.

Andanzas del guadarrama

Acercarme a la Sierra me otorgó el disfrute de paisajes bellos hasta emocionar. Es decir, hasta mover mi ánimo hacia el conocimiento. No es lo mismo contemplar una línea de cumbres que saber cada uno de sus nombres y estar al tanto de sus tipos de roca. Es muy diferente admirar un pinar o un robledal guadarrameños si además distinguimos sus especies y discernimos los requerimientos que hacen posible su existencia. Conocer es intimar, adentrarse en lo que nos atrae. Una vez iniciado ese proceso nada se percibe del mismo modo; la Sierra es otra aún más sugerente y bella, las sensaciones y conocimiento que nos procura causan en nosotros mayor placer. En mis «años mozos», o en expresión más propia de mi generación: «en los viejos tiempos», la mayoría de mis amigos estudiaba Biología. Incontables fines de semana los pasábamos en la Sierra realizando acampadas naturalistas, inmersos en la pasión por descubrir y conocer cuanto nos rodeaba. Un día, mi viejo amigo Fernando Ávila Vico compuso un sencillo poema dedicado a uno de nuestros rincones predilectos: «Pinar de la Acebeda, / pinar de la Acebeda, / en tus noches estar quisiera, / en tus noches de luna llena»

Han pasado unos cuarenta años y lo recuerdo tan vívidamente como la tarde en que Luis Gómez Raya, otro gran amigo, dio con una gigantesca seta de Boletus edulis que nos solventó la cena bajo la luna de aquel bendito pinar. Así afianzamos amistades y se estrechó nuestro vínculo con los parajes serranos. Prueba de ello es este libro cuya autoría comparto con mi querido amigo Jesús Dorda, compañero de aquellos tiempos que hoy reside en un municipio serrano próximo al que habito. La Sierra nos acoge aún más.

Cuando en el Guadarrama se vive esa fusión de belleza, emoción y conocimiento resulta imposible sustraerse a respetarlo y protegerlo. No han faltado ocasiones para ello, como puede leerse en el capítulo que en este libro dedicamos a la historia de su defensa. Personalmente estuve muy implicado en los primeros intentos de controlar los accesos a La Pedriza y en la campaña de oposición al Proyecto de ecodesarrollo de la sierra de Guadarrama. En esas ocasiones sentí que ponía voz a las montañas agredidas y junto a mí hubo muchas otras voces pertenecientes al ámbito ecologista. No pocos de esos compañeros se fueron mudando desde Madrid a la Sierra.

Andanzas del guadarrama

Siendo socio de COMADEN (Coordinadora Madrileña de Defensa de la Naturaleza) sumé al activismo en favor de la Sierra la creación de un grupo de montaña que propiciase el acercamiento colectivo a los paisajes del Guadarrama.

No podía imaginar que a tal grupo se apuntaría alguna persona relacionada con el Proyecto Hombre que trataba de superar la adicción a las drogas. Y resultó que la montaña aportó su fuerza también a esa causa. Comprendí hasta qué punto la Sierra nos puede mejorar gracias a una relación social más saludable, a los benéficos efectos del esfuerzo físico empleado en objetivos montañeros y a la trascendente vivencia de su belleza, emoción y conocimiento.

La sierra de Guadarrama, además de un ámbito biodiverso que merece respeto y conservación, ofrece también escenarios, enclaves y paisajes necesarios para el desarrollo y enriquecimiento inmaterial de las personas. A cambio de cuanto nos dan, esas montañas nos quitan estrés, ansiedad, neuras, obsesiones, temores y dióxido de carbono cuyo exceso contribuye al actual cambio climático. Solamente en 2010 los pinos de Valsaín retuvieron unas 3.440.863,9 toneladas de dióxido de carbono, evitando su incorporación a la atmósfera y al efecto invernadero (Galiana Carballo, 2015).

Texto incluido en el libro «Andanzas del Guadarrama«

Andanzas del guadarrama
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