Corre el año 1478. Un gentío se arracima cerca de la Puerta de Moros, para presenciar el castigo a un hombre que ha cometido uno de los crímenes más horrendos que se cuentan por la Villa: ha devorado a tres de sus cinco hijos. Se trata de un armenio que vive en la morería vieja de Madrid. Le detienen y le juzgan. Declara haber cometido ese horrible delito de antropofagia. Cuando los que le juzgan le preguntan la razón que le ha llevado a comerse a tres de sus hijos, él responde con toda normalidad: “Porque no tenía otra cosa mejor para comer y tenía hambre”. Se le condena a recibir doscientos azotes, pena que se antoja muy escasa por el triple crimen cometido. Pero es suficiente porque apenas recibidos los primeros, la muerte le sobreviene.
Unos dicen que fueron tan fueros los azotes que le dieron sus verdugos, animados por la crueldad cometida por el reo, que prácticamente fueron latigazos de muerte. Otros cuentan que parte de los que presenciaban el azotamiento, ni pudieron contener sus ansias de vengar a las tres pobres criaturas devoradas, irrumpieron en escena y acabaron a golpes con la vida del criminal, ante la pasividad de los verdugos y las autoridades que consistieron la reacción del pueblo.
Texto incluido en el libro ‘Madrid para morirse… de risa y de asombro’