Una de las ejecuciones públicas más memorables en la Plaza Mayor fue la de Rodrigo Calderón y Aranda, marqués de Siete Iglesias, y ministro del rey Felipe III, en 1621. A causa de sus tejemanejes políticos, don Rodrigo fue preso durante 32 meses y después acusado de cuatro muertes, 244 abusos de poder, del envenenamiento de la reina (que murió de sobreparto) y de usar “hechizos” para ganarse los favores del rey. El marqués lo negó todo, sufriendo torturas con potro, agua y cordel. Finalmente, solo confesó haber mandado asesinar a un tal Francisco Juara, porque alcahueteaba para un músico que quería algo con su señora, la marquesa. Juró durante el juicio que si Juara hubiese sido noble, le habría retado personalmente, pero como era plebeyo, envió a un amigo a asesinarle.

Rodrigo CaderónRetrato de Don Rodrgio Calderón y Aranda

Sin duda, en esa época matar a un plebeyo era pecata minuta, y más tratándose de un noble y con el fin de proteger el honor de una marquesa. Pero aún así, se le condenó a que fuese ejecutado y pasado a degüello, que no es lo mismo que la decapitación. El degüello consiste en usar un afilado cuchillo para cortar el cuello del reo de oreja a oreja, dejándole desangrar hasta que su vida expire.

Con la Plaza Mayor abarrotada, el marqués fue conducido a cadalso. Cuando el verdugo se dispuso a ponerle una venda negra para tapar sus ojos y atarla por detrás de la cabeza, don Rodrigo, entendiendo que podría ser degollado por detrás (de una manera innoble), dijo solemnemente: “No, no, así no, mi condición de noble me da derecho a que me degüelles por delante”. Don Rodrigo abrazó al verdugo perdonándole el acto que estaba a punto de cometer y se arrodilló. Y de esta manera, fue degollado. Con tal vanidad aceptó su muerte, que se forjó el popular refrán madrileño: “Tener más orgullo que Rodrigo ante la horca”, que por cierto, está mal dicho, ya que fue degollado y no ahorcado. Es curioso que, tras su muerte, en cierta manera su imagen pasara a ser otra, si bien se trataba de un político corrupto, pero pasó a convertirse en una especie de héroe martirizado. Uno de sus mayores detractores, el Conde de Villamediana, captó a la perfección el sentimiento popular hacia este marqués: “Viviendo pareció digno de muerte, muriendo pareció digno de vida”.

Como anécdota final, contaremos que tras su muerte, el cuerpo de don Rodrigo fue llevado a Valladolid, donde ha sido conservado en un estado semimomificado en el convento de la Comunidad Dominicana de Porta Coeli, más conocido como el de “las Calderonas”, situado en la Calle Teresa Gil 20.

Rodrigo Caderón

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