“Un lugar sucio y polvoriento, sin la menor idea de urbanización desde donde los vivos ven pasar a los muertos y quizás por esto, a los primeros les apetecen unos callitos, bailar una habanera o un tango al compás de un organillo o jugar una partida de mus”. Así se describía este lugar en una revista de la época. Del arroyo Abroñigal se decía que andaba tan escaso de agua, que las mujeres que iban a lavar tenían que pedir prestado al Manzanares. Se sabe que una antiquísimas ventas o fondas para trajinantes y postas establecidas al otro lado del puente, que eran la última jornada antes de llegar a Madrid por la carretera de Aragón. Por el puente del Abroñigal cruzaban constantemente carroazas fúnebres, con cocheros y lacayos uniformados que, a la vuelta del cementerio, paraban para tomar un vinito en cualquiera de las numerosas tabernas. En la plaza de Manuel Becerra se despedían los duelos y, por ello, proliferaron los ventorros. Uno de ellos llamado ‘La Alegría situado en la parte izquierda de lo que ya era carretera, y que antiguamente dio nombre a la plaza.
Foto incluida en nuestro libro: Imágenes del Madrid Antiguo