El gran edificio del antiguo Hospital General de Atocha que asoma a la glorieta del Emperador Carlos V, fue proyectado durante el reinado de Carlos III en el solar donde hubo un albergue para mendigos. Ya desde el reinado de Felipe II (s. XVI) se proyectó unificar en un solo inmueble público los diversos hospitales dispersos por la Villa, pertenecientes a diversas congregaciones religiosas y otras instituciones.
El edificio fue proyectado hacia 1755 por José de Hermosilla, que comenzó las obras. Más tarde sería sustituido por Francisco Sabatini, cuyas obras se alargaron hasta finales del siglo XVIII, aunque su vasto proyecto arquitectónico no se llegó a completar.
En 1965 el Hospital cerró sus puertas, quedando abandonado durante varios lustros. Se convirtió entonces en una inmensa morada de gatos, que vivían a sus anchas por todas las plantas. En 1977 logró salvarse de la piqueta, al ser declarado Monumento Histórico Artístico. Tras una profunda rehabilitación del arquitecto Antonio Fernández Alba, abrió sus puestas en 1986 transformado en Centro de Arte Reina Sofía. En 1992 volvió a remodelarse, se le añadieron los ascensores y se reinauguró como Museo Nacional, albergando desde entonces el famoso cuadro del “Guernica” de Picasso.
Este imponente edificio, de largos pasillos y amplísimas salas abovedadas, no ha sido ajeno a fenómenos paranormales. Sus estancias han sido testigos del dolor, el sufrimiento, la angustia y la muerte de innumerables personas a lo largo de su historia. Mesonero Romanos escribió que anualmente eran atendidas dieciocho mil personas, separadas en salas diferentes por sexos.
Además del equipo médico, los enfermos eran atendidos por las monjas Hermanas de la Caridad y por La Congregación de los Hermanos Enfermeros Pobres (los “obregones”), fundada por el Venerable Bernardino de Obregón. No sólo ejercían su oficio como enfermeros, sino que también administraban la extremaunción a no pocos moribundos.
Al parecer, ha sido tal la energía acumulada dentro de esas paredes, que ello ha dado lugar a extraños sucesos. La leyenda contaba que las personas desahuciadas por los médicos veían rondar por su cama unas sombras negras, anunciándoles su fín próximo. Si al fallecer ningún familiar reclamaba su cadáver, eran enterrados en los sótanos, que albergaba también el depósito o morgue.
Una vez abierto el Museo en 1986, empiezan a tener lugar fenómenos extraños. Algunos vigilantes perciben durante sus rondas nocturnas extraños ruidos, pasos por salas aparentemente vacías, conversaciones y susurros en pasillos desiertos, puertas cerradas con llave que se abrían sin intervención humana, e incluso alguna alarma de seguridad que saltaba sin haber presencia humana. Un guarda llegó a organizar una sesión de ouija, en la que voz de un presunto espíritu le comunicó que le iba a ocurrir algo malo. Casualidad o no, a la semana falleció un familiar cercano suyo en un accidente de tráfico. Más de un vigilante solicitó el traslado de centro, e incluso la baja laboral, al no poder soportar este ambiente.
Personas del equipo de limpieza comentaron haber visto una procesión de monjas de hábitos y tocas blancas, portando rosarios de gruesas cuentas colgando de la cintura, que acaban desapareciendo atravesando una pared. Una limpiadora de un aseo de señoras llegó a escuchar golpes contundentes dentro de una cabina, no encontrando a nadie en el interior.
La figura de un mendigo barbudo y andrajoso, conocido como “Moisés”, ha sido visto por las limpiadoras, sentado en un banco del jardín situado dentro del patio interior. También se cuenta como un fotógrafo que realizó un reportaje del “Guernica”, descubrió una sombra humana al revelar los negativos fotográficos. Se especula que es el fantasma del propio pintor malagueño, contrariado por el traslado de su emblemática obra desde el Casón del Buen Retiro hasta este Museo.
En 1992 el Museo recibió la visita del Grupo Hepta, especialistas en investigación de sucesos paranormales capitaneados entonces por el jesuita parapsicólogo padre Pilón. Llegaron incluso a presenciar un ascensor moviéndose solo, sin fluido eléctrico. Un miembro del equipo, la sensitiva Paloma Navarrete, percibió como en los sótanos del Museo habían estado personas atadas con cadenas, probablemente enfermos mentales violentos a los que se les aislaba del resto.
El Grupo Hepta volvió en 1995 y realizó una sesión de ouija, llegando a contactar con espíritus de varias personas que habían pasado por el Hospital a través de los años. También descubrieron unos nichos ocultos tras una pared, situados en los sótanos bajo la puerta principal. Allí estaban enterrados los cuerpos de tres monjas que trabajaron en el Hospital. Los enterramientos no se tocaron, continúan en el mismo lugar gracias a un acuerdo con la Archidiócesis de Madrid, tal vez para no perturbar su descanso eterno.
Como anécdota, señalar que este Grupo llegó a contactar también con “Ata” o “Ataulfo”, nombre del espíritu que ya conocían los vigilantes del Museo de una sesión de ouija. Este personaje, cuyo nombre ya está asociado popularmente al Reina Sofía, se cree que era un criminal que asesinó varias personas durante el siglo XVIII. Había estado encadenado en el sótano por su visible locura, que mostró incluso de forma incorpórea al equipo investigador.
La próxima vez que accedamos al Museo para ver la colección permanente o una exposición, tal vez sintamos un escalofrío caminando por los fríos pasillos y las blancas salas, recordando toda la actividad paranormal que se ha vivido en los últimos tiempos dentro de sus paredes.