Aunque nos resulte inimaginable en estos días, hubo un tiempo en que la pelota vasca era uno de los deportes favoritos de la sociedad madrileña y competía sin complejos como entretenimiento popular con los toros o el teatro.
Esto se puso de moda a finales del S. XIX cuando la pelota se puso de moda entre la aristrocracia que veraneaba en San Sebastián. La enorme afición que este deporte despertó en Madrid, sobre todo en su especialidad cesta-punta, propoció la construcción de grandes frontones industriales, verdaderos «teatros de la pelota» con gradería, palcos y servicio de restaurante.
En estos recintos, los madrileños pudieron presenciar vibrantes duelos entre los pelotaris más reconocidos del momento como Elícegui, Gamborena, Beloqui, Irún, Portal, Muchacho, Tandilero… eran tan conocidos como los toreros Frascuelo, lagartijo o Guerrita.
Los frontones que se levantaron a finales del S. XIX eran edificios de gran valor arquitectónico y de gran significación histórica por ser los primeros recintos comerciales para espectáculos deportivos en nuestro país. Fueron diseñados por profesionales que participaban entonces en la planificación y construcción de edificios y barrios modernos, como el arquitecto Andrés Octavio Palacios quien construyó en 1892 el mayor frontón que existió en Madrid, el Fiesta Alegre que se encontraba en la calle Marqués de Urquijo y que podía albergar hasta 5500 espectadores.
A pesar del éxito que cosechó este deporte durante cinco o seis años, poco a poco fue perdiendo fuerza a finales del S. XIX. A medida que los frontones dejaron de ser rentables fueron utilizados para otros fines y espectáculos hasta que, finalmente, cerraron en las primeras décadas del S. XX.
En los años veinte y treinta parece que volvieron a resurgir. Se construyeron nuevos frontones cubiertos para pelotaris profesionales con una línea más moderna además de otros más pequeños para la actividad de los clubes deportivos y la práctica de los aficionados.
Tras el parón de la guerra civil, al pelota vasca fue desapareciendo en aras del fútbol y la presión inmobiliaria acabó con los grandes frontones de otras épocas. De las decenas de estos singulares edificios que se construyeron a finales del S. XIX y 1936 solo sobrevive el Beti- Jai. En 2011 fue declarado Bien de Interés Cultural, distinción que, al menos, evita el ser derribado.
Más información en Frontones madrileños de Ignacio Ramos.
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