En 1634 era corregidor de Madrid el conde de Revilla. Habían comenzado las obras del Real Sitio del Buen Retiro: los Jerónimos. Lope de Vega, que había publicado La Dorotea, moriría un poquito después, en 1635. El corregidor asiste y preside una corrida de toros en la Plaza Mayor, que resultaría fatal para él. Se corren astados mandos, faltos de trapío, sin fuerzas. Empiezan los primeros abucheos, que se van incrementando a medida que transcurre la lidia y los morlacos, son cada vez peores. El público se pone en pie y arremete contra el presidente del festejo. Le cae una lluvia de insultos, tomates e incluso intentan agredirle al considerarle responsable de la desastrosa terna que ha enviado la ganadería.
El conde se inquieta, aparece la palidez en su rostro y sufre un mareo. Siente que le falta el corazón y pide a las personas que le acompañan, que le lleven a su casa. Por el camino les comenta que se ha llevado un gran disgusto por la nula calidad de los toros y el comportamiento del público: “Estoy muy herido en el corazón por los insultos de mis convecinos. Este disgusto, sus iras, me van a llevar a la tumba”.
No se equivocaba, falleció tres días después. Los más cercanos, y algunos galenos, lo achacaron al disgusto y a su débil corazón; otros aseguraron que murió de una insolación en esa calurosa tarde de toros en la Plaza Mayor de Madrid.
Podrás encontar esta historia en nuestro ‘Plaza Mayor, cuatrocientos años de historia‘.